[Dice el amante a su amada, cuando ésta yace enferma y por morir] —Ahora me
demuestras lo cruel y falsa que has sido conmigo. ¿Por qué me desdeñaste? ¿Por
qué hiciste traición a tu propia alma? No sé decirte ni una palabra de
consuelo, no te la mereces... Bésame y llora todo lo que quieras, arráncame
besos y lágrimas, que ellas te abrasarán y serán tu condenación. Tú misma te
has matado. Si me querías, ¿con qué derecho me abandonaste? ¡Y por un mezquino
capricho que sentiste hacia Linton [el
marido de la amada]! Ni la miseria, ni la bajeza, ni aun la muerte nos
hubieran separado, y tú, sin embargo, nos separaste por tu propia voluntad. No
soy yo quien ha desgarrado tu corazón. Te lo has desgarrado tú, y al
desgarrártelo has desgarrado el mío... Y si yo soy más fuerte, ¡peor para mí!
¿Para qué quiero vivir cuando tú... ? ¡Oh, Dios, quisiera estar contigo en la
tumba!
—¡Déjame!
—respondió Catalina [la esposa, y también
la amada] sollozando—. Si he causado mal, lo pago con mi muerte. Basta.
También tú me abandonaste, pero no te lo reprocho y te he perdonado. ¡Perdóname
tú también!
[El amante replica] —¡Perdonarte cuando veo esos ojos y toco
esas manos enflaquecidas! Bésame, pero no me mires. Sí; te perdono. ¡Amo a
quien me mata! Pero ¿cómo puedo perdonar a quien te mata a ti?