sábado, 28 de noviembre de 2015

Hoax


Palabra interesante ésta: costumbre, que según algunas fuentes, viene de consuetudo, es decir, del hábito, pero más interesante es incluso hacer de este presunto hábito un verbo, una acción: acostumbrarse y, a eso vengo: nos hemos acostumbrado. Nos hemos acostumbrado a que creer es como pensar y a que soportar es así como una forma de aceptar… Escuchamos, o leemos, sea cual fuere el medio: percibimos un hecho noticioso y pensamos (no, creemos) que eso se debe a cierto mal manejo de algunos dirigentes, entonces nos topamos con el sobreprecio y lo soportamos (lo aceptamos) por eso la queja termina siendo una especie de retórica, quizás dialéctica, o parábola, o alguna palabrita que nos lleve a aceptar (aquí si, aceptar) que lo difundido por los medios tiene su punto y por ende, esa debe ser la verdad. Una verdad creada, no resultante, una verdad que debe ser creída (si, de creer) pero entonces cuestionamos: si al final la vamos a creer, no necesitaría ser una verdad, pero resulta ser un argumento suficiente, y suficiente nos basta para ponernos a pensar, pero… si pensar es creer… bueno… que nos difundan lo que sea… al final, de cuestionarnos, lo vamos a hacer los unos a los otros, dialéctica pues, pero sin filosofar…

jueves, 26 de noviembre de 2015

Una suerte de capricho eso, eso que llamamos convicción…


Cosa sublime ésa de creer para sí lo emanado de alguien, mas, cuando ese alguien se refería a alguien más. Así de ilusas son las convicciones, o los caprichos, quién sabe. El Caribe, o el mar, ha hecho de nuestros puertos nuestra forma de percibir las cosas, y pareciera que en cada cabeza hubiese un puerto, distinto al refrán ése: cada cabeza es un mundo. Pues no, podría ser más bien: cada cabeza es un puerto… y el mar nos trae, y del mar recibimos… luego; luego aprendemos; pero en ese proceso se pasa un tiempo, no es rápido, o instantáneo, al contrario: hay que sumar muchísimos instantes para que, de los patrones que pudiéramos establecer, poder pensar, reflexionar... pero mientras, mientras esperamos qué nos trae el mar: izquierda, derecha, dictadura, desamor con democracia, qué se yo, yo apenas me hago mi propio muelle, a ver si soy capaz de entender algo un poco más allá de lo que puedo leer… y puede que en las palabras esté la cosa, porque no sé cómo explicar lo que siento, pero percibo algo; y es que ese algo, alguien: puede que no tenga que ver conmigo, o con nosotros; si es que tú piensas lo mismo, pero uno se empecina, uno no espera que lleguen a su muelle, uno empieza a pegar gritos a cuestas en las costas… y gesticula: deformamos el rostro en muecas que ni entendemos: a éste qué le pasa… todo porque vemos que el mar algo trae, algo asoma y queremos llegue primero a nosotros, a mi muelle, luego corremos a tierra firme, más bien al valle, a exhibirnos unos a otros lo que el mar prácticamente nos trajo a todos pero sólo a algunos les llegó al muelle, así empezamos a envidiarnos, porque es así: cuesta reconocer el esfuerzo de un individuo. Estamos acostumbrados a recibir del mar… cosa sublime ésa, creer para sí lo emanado de alguien…

jueves, 1 de octubre de 2015

uróboro




Una duda con llave, para las puertas de mi percepción: ¿vale la pena? No, sinceramente; pero el guayabo colectivo y circulante de todos los días, de los extraños y de la familia, te envuelve en una suerte de simpatía depresiva y por ahí te solidarizas… conjugamos al entristecer en todas las personas: tú, él, ella, ellos, nosotros, y me incluyo… se convierte en tu moda intrínseca: me gusta estar triste… y es que es cómodo, es hasta alegre, relajante; no poder (o no querer) hacer algo, a propósito del factor entristecedor, te otorgará indiferencia con el tiempo, así te acostumbras a que eso es normal… y entonces viene alguien y se alegra. Epa: ¿acaso es por estar triste? No, sinceramente; pero el guayabo colectivo y circulante de todos los días, de los extraños y de la familia, te envuelve en una suerte de envidia opresiva y por ahí criticas; invitando a todos a conjugarse, para así poder incluirte; porque eso que ves en el otro lo podrías ver en ti, pero te desprecias, y por eso desprecias que ese otro a su vez no se desprecie también: no lo toleras; y luego te enfureces: porque quienes no se conjugaron en tu normalidad ahora sientes que te abandonan, y de ése abandono renace un miedo primario: ¿es culpa de tu infancia? No, sinceramente; pero el guayabo colectivo y circulante de todos los días, de los extraños y de la familia, te envuelve en una suerte de pretexto inquisidor y por ahí te acreditas… te otorgas el derecho a auto compadecerte, sin dejar que nadie más se conjugue; cerrando todas las puertas, y dejando a la duda sin llave…