martes, 24 de septiembre de 2019

el Café



Debería prepararme un café, pero si me levanto voy a perder las ganas, sí, es increíble; las ganas de hacer algo se pierden – las pierdo – con una facilidad envidiable para el emprendimiento, este último ya como una fantasía más bien: ¿existencialismo? ¡Cuándo no! La cosa es que, mientras pienso en ese café que al terminar estas líneas voy a prepararme, voy a tratar de dejar algo aquí.

Verán, tuve la sensación de que estas cosas podía hacerlas en inglés, en algún momento creí – todavía creo – que estos escritos podrían algún día adquirir algún valor, y lo más seguro es que sí, pero eso va a pasar dentro de unos cincuenta años quizás y, para aquel entonces, no sabemos si habrá tecnología sustentable, saben, dicen que a la tierra no le queda tanto tiempo, así que lo más seguro es que esto perezca antes de adquirir valor alguno.

Eso, no obstante, no me impide volver a escribir. Verán – de nuevo – ante la imposibilidad de generar ingresos, generamos – no sólo yo – más gastos;  y esta es quizás la motivación ulterior que quería para sentarme a escribir algo: en Venezuela este tema del dinero es muy raro, como muy raro es el tema ecológico tan abanderado por la izquierda, y como muy raro es también que el único supuesto negocio que hace próspera a la gente es incursionar en la política, con todo y lo cerrado que es, pero sin duda es lucrativo.

En Venezuela los políticos parecen estrellas de rock, y bueno, ante tantas carencias, es muy fácil darse cuenta de cómo les cambia la vida una vez que el dinero – para ellos – deja de ser un problema. Lo curioso es que es precisamente en nombre del problema – el dinero – que se vuelven populares y son aceptados en el imaginario colectivo de los ciudadanos.  Para darles una idea, Venezuela tiene una serie de leyes que determinan  el cómo, el cuándo y con qué fondos un político puede hacer campaña, lo cual sólo deja al partido de gobierno con tal posibilidad, ya que está prohibido el financiamiento desde el extranjero (en teoría) sin embargo eso nunca ha impedido que siempre emerja un retador desde las filas de la oposición, como les dije antes, en política, el dinero no parece ser problema, a pesar del reducido parque industrial y del cierre masivo de pequeñas y medianas empresas, en política, una vez más,  el dinero no parece ser un problema.

¿Dónde sí lo es? En los sueldos y salarios, ahí sí tenemos un problema.  Desde mediados de los ochenta – quizás desde antes, pero la evidencia estadística empieza a resaltar es desde hace unos treinta, treinta y cinco años a la fecha de estas líneas, más o menos – desde mediados de los ochenta al venezolano le han inculcado la búsqueda del estatus a través de la academia, por lo que ir a la universidad pasó a ser un paso obligado para la mayoría de los cuarentones y cincuentones de hoy en día, más que en otro rango de edad, de hecho, hubo un momento en el que un asalariado pudo, con su sueldo, pagar sus estudios universitarios nocturnos.  

Esto trajo sus consecuencias, porque tampoco es que era fácil, al menos para aquellos que no gozaron del apoyo económico familiar - y esto es clave para entender parte  del resentimiento que viven muchos venezolanos – por ende, el título universitario pasó a ser ese gran logro por el que una familia se enorgullecía de su prominente nuevo miembro profesional. Muchos buscaron eso, el título, tanto así que hasta surgieron corruptos que lo compraban, así que pueden imaginar lo importante que fue en una época. Basta ver cómo crecieron las universidades privadas hasta más o menos el dos mil diez, por ahí.

Hubo mucho roce y contraste, al menos conceptual y constructivo, ya que muchos salieron de la universidad como profesionales, ávidos por ocupar un buen puesto que les proporcionara ese sustento y esa calidad de vida por el que el esfuerzo de estudiar de noche – y de día; esfuerzo al fin y al cabo – valió la pena. 

Y aquí llegamos. A la fecha de publicación de estas líneas, el salario promedio de un profesional universitario apenas acaricia – en muy pocos lugares – los cien dólares americanos. En muchos lugares es incluso menos, mucho menos, hay gente que gana sólo diez dólares, por ejemplo.  

Ahora sí, el café…