lunes, 25 de noviembre de 2013

Nada…




Bajo las subidas y sobre las bajadas, ahí donde se encuentran las miradas perdidas, las que ganan un poquito de tiempo para pensar en grande; para pensar en soledad. La nada espera paseándose por los estereotipos, siempre lista para contravenir y llevarnos, a las miradas, al intercambio de frases agachadas que gritan con la moda y callan ante los pesares – o pensares, ¡quién sabe! – aquí el pensamiento pesa, pero no por lo que pudiera escupir en palabras, sino más bien por lo que acumula con los silencios. Se despiden las miradas, cada quien con la suya, y con el suyo, pues a veces no se está solo, y aquí yace lo confuso, pues nos acompañamos para distraernos pero buscando ese punto; al que se le apunta – y repito – para pensar en soledad… ¿qué tienes? Nada… – pero la nada es algo, alguien, algunas veces – Miramos los anuncios y escuchamos las charlas, nos ponemos como ansiosos, yo por presumir y tú por proceder. Vamos, a lo nuestro, que es de ninguno, pero entre carencias y sobrantes, aprendimos criticarnos, sí, a criticarnos, obviamente nos inspira más que los elogios, los últimos son buenos cuando vienen de los terceros, de esos terceros, los que se nombran pensando… y traemos a colación unos cuantos comentarios, una noticia; o una frase agachada, para sonreír y fingir que entendimos los que nos dijeron antes de empezar por nuestra cuenta y con dudas se anunció el comienzo, pero bueno, como todo, en el camino nos vamos arreglando…


lunes, 18 de noviembre de 2013

con empujones y sonrisas


Pongamos que nos encontramos perdidos en una ciudad, grande, con otro metro y otro idioma, con otro clima, y por supuesto; con un ritmo que sacude a los pensares y los desordena… toca hacer dos grupos: sueños y recuerdos, primeramente, ya que lo nuevo; por nuevo, ha de pasarse por algo así como el asombro y luego ver, entre tanto desorden, si finalmente se convierte en un recuerdo grato… pero, el tema está en este presente, y presenta un confuso pasado.
Es de asumir que la convicción forja al criterio y ese criterio nos otorga un punto vista para pronunciarnos ante las situaciones a las que nos exponemos, de ahí a que un viaje tenga varios cuentos con empujones y sonrisas. Así pateamos la calle, cruzo, pero craso; me pareció ver una cara de un caro pasado, pero no reciente, ni resentido tampoco.  Un nombre me da vueltas en la cabeza y aparecen abuelos copulando, de repente, todos están desnudos - ¡sueño! -, pero percibo un sabor amargo de infidelidad… bajé los escalones para el tren y no para la vida, en la vida se supone que subes; me hablan en mi idioma, pero no sé si es lo que escuché, sigo con el sabor amargo. Vuelvo a subir, regreso, hago unas llamadas y todo parece en orden en casa: vidrieras, vitrinas, todo etiquetado para la venta; afinco los ojos tratando de disparar la vista: mi corazón sin sangre al cincuenta por ciento de descuento, parpadeo, y lo que era es una pieza, como de adorno, y si te llevabas una podías llevarte otra por la mitad… huele bien, como a fritanga, pero provocativa, y provocativa fue aquella mirada, aquel mensaje – sí, ese – y todo cae como el aceite que lubrica los dedos y humedece las servilletas; todo antes que sonara la corneta, porque después volví en sí – y en no (seguir agrupando) – Convicción, se me olvidaba: “El fascismo se cura leyendo y el racismo se cura viajando…” Miguel de Unamuno.

¡Qué traición!


"
– Cuando regrese, seré una persona distinta. Mi mujer no me reconocerá. O sí, pensará que me conoce, pero estará equivocada. Preveo que serán tiempos difíciles para todos. Yo estaré pensando en usted. ¿Cómo la llamaré en mis pensamientos? Mi mujer también se llama Anna, ya ve.
– Ese es mi nombre antes de que fuera el suyo - responde ella de modo cortante, sin ánimo de jugar. De nuevo lo ve con claridad meridiana: si ama a esta mujer, es en parte por no ser joven. Ya ha cruzado una línea a la que aún ha de llegar su esposa. Puede o no puede serle más querida, pero definitivamente está más cerca de él.
Regresa el tira y afloja indudablemente erótico, pero con más fuerza que nunca. Hace una semana estaban los dos abrazados en esa misma cama. ¿Es posible que ella no esté pensando en eso ahora mismo?
Él se inclina y le deposita la mano sobre el muslo. Con la colada aún sobre el regazo, ella inclina la cabeza. Él se acerca más. Entre el índice y el pulgar la sujeta por el cuello, acerca el rostro al suyo. Ella eleva la mirada: por un instante, a él le parece mirar a los ojos de un gato, un gato cauteloso, apasionado, codicioso.
– Debo irme - murmura ella. Se suelta con un movimiento y se va.
La desea ardientemente. Más aún: la desea, pero no en esa estrecha cama de niño, sino en la cama de viuda que tiene en la habitación contigua. La imagina así al verla tendida junto a su hija, con los ojos muy abiertos y relucientes. Por vez primera se da cuenta de que pertenece a un tipo de mujer sobre el cual nunca ha escrito en sus libros. Las mujeres a las que está acostumbrado no carecen de intensidad propia, aunque sea una intensidad de piel y de nervio. Las sensaciones que tienen son intensas, eléctricas, inmediatas: acontecen en la superficie. En cambio, con ella se adentra en un cuerpo que sangra, un cuerpo visceral, cuyas sensaciones tienen lugar en lo más profundo.
¿Será un rasgo que pueda trasladarse a otras mujeres, cultivarse en otras? ¿En su esposa, por ejemplo? ¿Existe acaso una cualidad de la sensación que tiene ahora libertad de hallar en otras, tras haberla hallado en ella?
¡Qué traición!
"
Ahora no John Maxwell, sino Yo: ¿es posible que sea dicha traición el cómo y el porqué “eternizamos” una búsqueda en la que seguimos encontrando tropiezos? 


Fragmento de El Maestro de Petersburgo, de J.M. Coetzee
 

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