viernes, 24 de mayo de 2013

Malbondad


Hay cuatro amplias raíces del mal.  Una es que la agresión a menudo es útil: es un modo de reducir conflicto y conseguir lo que uno quiere. Otra es el egotismo amenazado: las personas tienen opiniones favorables de sí mismas y buscan mantenerlas. Cuando alguien desafía estas opiniones favorables, las personas se revuelven contra quien lo hace. Esto, por supuesto, es contrario a la sabiduría convencional de que la baja autoestima causa la agresión, pero creo que es mucho más compatible con la gran cantidad de evidencia empírica.

La tercera raíz del mal es el idealismo.  Tristemente, muchas personas recurren a medios violentos para conseguir lo que consideran objetivos positivos, deseables, como hacer del mundo un lugar mejor, defender sus ideales políticos o religiosos, o deshacerse de personas que consideran malvadas.  Esto es generalmente colectivo, pero ha traído algunos de los mayores baños de sangre de la historia del mundo. Después de todo, los nazis y los soviéticos y los comunistas chinos estaban motivados todos por ideales positivos y una visión del maravilloso mundo que iban a construir.  Las guerras de religión, asimismo, han sido a menudo brutales a pesar de sus muy idealistas motivos.

La última raíz es el sadismo.  Es mucho menos prevalente que las otras tres, creo, pero puede ser enormemente cruel.  Algunas personas aprenden a disfrutar infligiendo dolor y sufrimiento a otras y lo hacen por la satisfacción que les procura.

Esas son las causas profundas.  Es difícil cambiarlas.  Por otra parte la causa próxima de mucha violencia es un fallo de los frenos y del autocontrol.  La mayoría de las personas refrenan la mayoría de sus impulsos agresivos y violentos.
 
¿Por qué hay mal?, una vez vistas todas las causas que incrementan la violencia hubo de formularse una segunda pregunta a saber: ¿Por qué no hay más mal que el que hay?  Y la respuesta es que por la mayor parte, las personas refrenan e inhiben sus impulsos violentos.  Cuando fallan esos frenos, la violencia aumenta.  La violencia empieza cuando cesa el autocontrol.  Mejorar el autocontrol parece un modo mucho más viable de reducir la violencia que eliminar las causas profundas.



El hombre como medida del hombre (entrevista a Roy Baumeister)


miércoles, 22 de mayo de 2013

Oblivion…


Dice Luis Britto García que “no importa entonces que el recuerdo opere por la vía atroz de la herida. La única rebelión posible contra la marcha triunfal de la muerte, es ese otro amor que es la memoria. Quizá toda pasión, y toda obra, no son más que sus cicatrices.” Por otro lado Mario Benedetti entre personajes escribe “la muerte está dentro de la vida. Pero la podemos mandar de vacaciones ¿no? Trabaja tanto que bien se las merece.” En Scenes from a Memory de Dream Theater el Terapeuta le dice a Nicholas que recuerde que la muerte no es el fin, sino sólo una transición. Podemos decir entonces que es transitorio el camino que acumula cicatrices para que con ellas el recuerdo se cuente en vivencias y en pasiones pasadas, por las cuales el presente, aunque muerte, lo hayamos mandado de vacaciones y nos hallamos, - sí, de hallar, de encontrarnos; - en la permanente rutina que empareja los días para que no dejen de parecer los mismos y para que en la memoria se albergue sólo lo distinto. Oscar Wilde como Lord Henry le dice a Dorian “el pecado que hemos cometido una vez, y con amargura, lo repetiremos muchas veces, y con alegría.” ¿No será el olvido entonces la redención? Porque bien es sabido que lo malos momentos al ser pasado dan peso al presente que al contarse se sonríe, así como los tristes, que al pensarlos se aprende. El silencio a veces es muestra de experiencia más no por eso es muestra de comprensión. Entonces podemos pensar; si nos sonreímos puede ser por lo aprendido, pero más por lo no comprendido aún. Cosa que es una facultad por lo selectiva, distinta a la rabia, que se inclina a lo acumulativo y cuyo perdón también ha de sentarse (y sentirse) en el olvido. Dijo Borges: “Yo no hablo de venganzas ni perdones, el olvido es la única venganza y el único perdón.”

lunes, 20 de mayo de 2013

Con frecuentitud a falta de frecuencia


En Ojos Bien Cerrados, Tom Cruise llega a una mansión cuyo acceso se otorgaba a partir de una palabra clave que alguien, previamente, le había dicho. Quien la vio sabe que nunca hubo tal clave, que se le permitió la entrada para que fuera testigo, para que lo viviera. El personaje de Tom entra movido por un – vamos a llamarlo – cocktail de sensaciones, en un ambiente colmado de excesos entre enmascarados con una música de fondo un tanto gregoriana y un tanto protagonista. El espectador puede ver cómo Tom en su papel mezcla deseo con rabia, miedo con ansiedad al riesgo y angustia con resignación. Así la percibí como espectador, como también percibo mensajes distintos a los versados en un poema con el solo hecho de contemplar el orden en que se recitan las letras. Los talentosos de las artes suelen hacer ese tipo de cosas en uno. Hoy no fue arte pero fue cultura y no por cultural si no más bien por artístico: a un lado de la plaza se protestaba y así me di cuenta al ver llegar a la policía, al otro lado se había una tarima con músicos haciendo un bailable golpe tradicional de tambor. El ritmo se acompañaba con las consignas en un intento de mi parte de percibir en estéreo; por supuesto, la euforia se confundía dado el fervor en simultáneos eventos. Desde ayer se vino anunciando lo que hoy se anunciaría: de forma tal – y así lo supongo – de prepararnos para sorprendernos. Cada quien vio algo distinto habiendo escuchado lo mismo y quizás por eso lo de hoy es un tanto poético. Mi padre en lugar de frecuencia dice frecuentitud, de manera que lo espacial y seguido convergen en el día y en la palabra con frecuentitud a falta de frecuencia. Creemos lo que queremos, y sin cariño, sino más bien con rabia vertida en otra clase de deseo…


martes, 7 de mayo de 2013

Sentipensante, tonto, cangufante…


No es fácil ver en qué azul nos mira el cielo cuando el mismo está nublado y arropa al valle en cuyo centro hemos de entendernos, de hecho se torna difícil contemplar las montañas y los cerros. Gris es la vista a punto de llover y a punto de despertar, a punto de dormir quizás, pero le falta color a pesar de que en algún arcoíris se asomen prismas para la percepción. Efímera variedad en una permanente niebla, un firmamento de nubes llenas de argumentos;  se da inicio a los chaparrones: en la cara, en la mente, para no terminar de abrir los ojos. Una galería residente; un concepto de belleza unificado, una semilla de inconformidad para los templos; el éxito, más por astucia que por bondad: queremos estar con los astutos. El grito con razón y la fuerza con brutalidad: “no hay lugar para los débiles”. “El que calla otorga”, y entonces el silencio es débil: yo soy fuerte, quiero ser fuerte. Los personajes y la opinión, creo sentirme a gusto por repetir lo cónsono. El malo, la mala, los malotes: los mejores, proclamados líderes porque configuran la imagen, la astucia. Las reglas son para los tontos y yo no quiero ser un tonto. Se premian las disidencias con popularidad de corto alcance, siempre obedeciendo a las nubes y sus nieblas. Es que ella es tan… es que él es tan… qué locos son estos panas… “el trabajo lo hizo Dios como castigo…” Se alojan cuatro letras gotas alrededor de la mirada: “Geek”, directo desde las nubes y con la apropiada traducción celestial: “Tonto,” la tontería viene empaquetada en la lluvia (también) El nombre animal: gallo, pavo, perro, burro, cuaima. Combinaciones al estilo Moreau: “Paviperro”, “Toripollo”. Este pana es un paviperro y tú tremendo gallo. Le toca al tonto cacarear cuando habla, supongo, no hay gallinas en la granja, la figura de afrodita se reduce a los “culitos”, y los culitos no andan con los gallos. Ahora hablamos de política pero desde los charcos que ha formado el aguacero. Luego vienen los choques de copas, el sobrio también es tonto. Se peca por tonto y no por ebrio. Se forma el arcoíris pero la variedad no parece noticia. Ahí los buenos ven los matices, pero el cielo oscurece sin noches, como siempre. En los tiempos despejados los astutos duermen…

lunes, 6 de mayo de 2013

Libradores…


El pecado, dependiendo quien lo cometiera, era una forma de liberación. Se cuenta por ahí que algunos sacerdotes despojaban a una mujer impura de su maldad practicando con ellas acto sexual el cual, a según,  ellos estaban en capacidad de redimir. El fuego hacía arder a la herejía. El dolor físico depuraba a la contradicción. La humillación creaba conciencias. Y un poco más acá, las disculpas pueden nacer por la vía de la difamación. Anteriormente algunos podían ejercer el oficio de jueces, y eran estos entonces, dependiendo de la corte que los proclamara, los licenciados para juzgar. En algún momento de la historia el veredicto se tornó palabra sagrada y más allá de someterse a legislaturas se sometía a los criterios, lo que trajo como consecuencia la personalización del juicio y por ende su subjetivación. La cultura global nos ha venido diciendo que lo malo en un lugar no tiene porqué ser malo en otro, y que el criterio para juzgar puede variar según la cultura, así que es por la cultura con la que se da con el criterio y el criterio con el que se puede juzgar  y con lo que se juzga conseguir justicia y conseguir justicia para poder llegar a la liberación. En una letra de cambio el librado es quien debe pagarla,  sin embargo el librador es quien la emite. Una relación un tanto lejos pero un poco cercana a la del imputado en un proceso judicial, el cual debe pagar, pero sin ser librado; liberado, en tal caso. La condena es una forma de pago y por supuesto una  también de liberación. Entre librados nos conocemos y entre nuestros libradores nos reconocemos, así parecemos funcionar culturalmente, lo que se traduce a una sociedad muy nuestra. Los libradores imponen sus creencias y los librados nos las creemos, todo para que demos con la liberación. Lo que no nos dicen es cuál es la condena aún cumpliéndola y a veces ni conocemos nuestros libradores…




Nota: la imagen que encabeza este escrito es una fotografía tomada al cuadro que Gregor Grassi pintó para Soraya y para Orlan. Gracias a él por ese regalo. Gracias a ustedes por llegar hasta aquí...

miércoles, 1 de mayo de 2013

La Fábrica de Gente



¿Existen los Gólem? Kafka y Capek los identifican y los describen en sus obras. Los fabrican las academias, las universidades y las usinas del Occidente: caminan sobre dos pies, redactan expedientes e informes, eluden toda pregunta con vagas alusiones a la disciplina y la autoridad. Comienzan por obedecer: a la larga quieren ser obedecidos.

Para Kafka el Gólem  se llama funcionario. Impersonal, conformista y pasivo, pulula por todos los pasillos del laberinto, retardando nuestro tránsito. Su mera presencia degrada a los restantes seres a autómatas – como en ciertas pesadillas, como en la Alicia de Carroll, en este mundo la angustia brota de la unánime aceptación de la insensatez por todos los personajes salvo el protagonista –. El rasgo más cenagoso de esta inundación de Gólem es su anonimato: Max Weber ya había incluido entre las características de la denominación burocrática la pretensión de impersonalidad. Sentimos que, en el fondo, son intercambiables los atormentadores de los señores Kafka y Capek y del reo de la Colonia Penitenciaria; que son sustituibles por dueñas de pensiones, amantes y padres: todos participan de la grisácea complicidad del respeto al poder. Y ésta maciza vacuidad triunfa siempre – desvía del recto camino hacia el Castillo, priva a la víctima de toda defensa, aplasta con su capacidad de obstaculizar.

Si los Gólem de Kafka son seres humanos en tránsito hacia la condición de autómatas, los de Karel Capek son, por el contrario, autómatas en tortuoso camino hacia la hominización. Karel Capek en su pieza de teatro R.U.R. (Robots Universales Rossum: la alusión al complejo industrial del Ruhr es transparente), presentó en 1921 al público de Praga una alegoría sobre hombres fabricados con tejido biológico artificial que terminan sublevándose contra sus inventores y aniquilándolos. Para crear sus abominaciones el profesor Rossum “rechazó todo aquello que no contribuía al progreso del trabajo (…) De ésta forma rechazó todo aquello que hace al hombre más caro (…) En realidad lo que hizo fue rechazar al hombre y hacer el robot”. (Robot, en checo, quiere decir trabajador, ganapán; Rossum significa cerebro.) La parábola es clara: así como la palabra muerta del expediente fabrica al funcionario, la maquinaria industrial no factura mercancía, sino robots. Gracias a la uniformidad, la baratura y la intercambiabilidad del nuevo producto, éste acabará por sustituir al hombre, ese objeto impredecible y artesanal. Añadamos que Capek introduce un nuevo terror en la ya clásica estructura del mito: sus robots son proliferantes, autónomos y dominadores. Más que el peso muerto del burócrata, simbolizan el poder de una tecnología que multiplica su potencia, su complejidad y su diversidad sin que ninguna fuerza humana pueda detenerla.

Al añadir ésta vuelta de la tuerca al tema golémico, Capek lo lleva al agotamiento y a la vez a la redención. Así como la tecnología, en una primera etapa, produce hombres maquinales, en una segunda etapa debe generar inevitablemente mecanismos humanos. En la fábrica R.U.R. un científico dota a unos cuantos robots de superior inteligencia, de capacidad para el dolor y en consecuencia para el amor y la duda. Liquidarán a la humanidad, es cierto, pero al precio de convertirse ellos mismos en predecesores de una nueva humanidad. Primus y Helena, los robots capaces de error, serán un nuevo Adán y una nueva Eva porque albergan la incertidumbre y la incoherencia en sus cuerpos artificiales – así como la cucaracha continuó alojando la aterida ternura de Gregorio Samsa…


Por los signos de los signos
Luis Britto García