Schopenhauer
ve al odio como placer que a diferencia del amor, que llega de repente, la
gente se toma su tiempo para odiar. Algo así dijo. Para Wilde la crueldad tiene
su lugar entre todos los placeres y así;
en cierta forma: se complacen algunos en esa suerte de éxtasis coctelera en
sentir odio y ser cruel. A alguien le leí una que vez que no somos aún peores
debido a que, aunque no lo crean, nos reprimimos la crueldad; y si consideramos
a los dos ilustres que acoté, tal vez sea así: cuántos placeres no se reprimen; el orden social en sí es
enarbolado a base de placeres reprimidos, así que, por qué no: podrían ser aún peores los que nos gobiernan,
es más, en este momento se deben estar reprimiendo: cómo no quisiera más de uno
que por estos lados hubiese una suerte de ISIS; claro, no tan radical, ni tan
bien financiando, porque de ser así sería una amenaza, y más que amenaza lo que
quieren es un pretexto, pero sí, cómo no se quisiera un grupo de tipo subversivo para
soltarles todo el cloro, o de lo que sea que sean esas bombas, por toda la
ciudad. Así, de una vez por todas, empezamos a temerle como quisieran ser
temidos, a hacer lo mismo que hacemos ahorita pero de mejor gana, sin acudir a
tanto medio digital a hacer pataletas… eso quisieran, pero por ahora aún no lo
tienen. Todavía la gente aunque sea a punta de tweets manifiesta su descontento. No se toman las calles porque no guste
cómo se es gobernado, no parece funcionar así, pero bueno, la virtualidad tiene
sus realidades, y el odio y la crueldad también son placeres reprimidos en
quienes lo sufren, y no siempre el que sufre sufrirá; como tampoco siempre el
que hace sufrir, sufrir hará. La voluntad anda por ahí, como el éter ese del
registro akáshico; ese que dice que todo por ahí anda, y que uno sólo tiene que
tomarlo…
Blog dedicado a la redacción de escritos, en su mayoría originales. /Blog focused on original writings mostly
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viernes, 9 de septiembre de 2016
viernes, 2 de septiembre de 2016
Mal de golfília…
Pues
ya nos vamos. Sí. Después de tanto trajín, tanto esfuerzo tonto; nos vamos. Una
pancarta anunciando una pronta inauguración se desteñía; tal vez por el sol, por el tiempo, por albergar otra promesa
incumplida… y es que a eso nos hemos acostumbrado: a la idea de un
futuro, lamentablemente sin presente. No es posible pensar que algo ha de
ocurrir si aún no empieza. Está bien, pero; pero nos prometen empezar, y eso al
final es lo que significó la palabra: anunciar
un algo por hacer, más no necesariamente cumplirlo. Es quizá nuestra
esperanza puesta fuera, porque sabemos que no haremos nada al respecto; la que
nos lleva a creer, con fe, en lo que nos prometen, y sobretodo creer; que por
prometido, habrá de cumplirse. Luego queda esa suerte de arrebato; tal vez de frustración,
tal vez de tristeza, de rabia, puede ser: de que no nos cumplieron, para
entonces empezar a criticar, a opinar, a practicar la autocompasión y el
autodesprecio, para luego volver a la rutina, amargados, producto de cada
espejo humano que nos susurra a base de apenas gestos: ¿y qué prometiste tú?
jueves, 3 de diciembre de 2015
Oda a la cola…
Allegro:
Gente que no trabaja y
gente que pide permiso en sus trabajos para poder hacer la cola, para esperar,
según el terminal de su cédula, qué y cuánto comprar para abastecerse, abastecerse
a base de regulaciones pero; a quién no le gusta esa golilla, algunos exclaman;
bueno, a ver, algunos otros han aprendido con el pasar del tiempo que el valor
de ciertas cosas supone un cierto esfuerzo, pero no por el mero hecho de
esforzarse, no, es más bien por el esfuerzo a futuro, en este caso, a pasado;
digamos: algún sacrificio para poder ahorrar, para lograr hacerse con un grado
académico, horas extras en la organización para subir un poco el ingreso, todo
previo a una idea, que con un poco de drama llega a ser una meta, o ilusión,
dependiendo de lo que ésta sea, pero ya no importa, ahora (y literalmente,
ahora) es inmediatez: a la calle, a las tiendas, tempranito, para esperar un
poco menos que los que están a la espalda…
Minueto:
Conversaciones,
la gente empieza a conocerse, a intercambiar testimonios, a reírse (si, a
reírse) la molestia en esta sinfonía ha de tener lugar en otro momento;
anécdotas de la crisis: sueldos que no alcanzan y los encargados de los
almacenes comienzan sus danzas. Bailamos, buscamos coincidencias, mermamos la
angustia al verla colectiva; todos más o menos estamos en lo mismo: igualdad
social, pues; una bandera por la que tanto se ha declamado…
Ronda:
Sin disfraces, sin
música, casi al pie de la letra (y esto último si es un tanto más metafórico)
Da chance de ir a otro lugar, ya alguien en la cola dijo que lo que no hay
aquí, puede haberlo en el negocio que está más adelante, por ende, nos
vamos; para volver a la ronda, porque normalmente se va a más de un sitio para
abastecerse…
Sonata:
Ya
después de haber hecho varias colas y con un par de bolsitas en cada mano,
adquirimos la licencia de la victoria, esa que nos permite ciertas
premoniciones sobre el futuro político del país y cierta jerarquía para juzgar
a quienes no fueron parte de la sinfonía de hoy, además; también nos entra el
fresquito de que conseguimos lo que otros no han podido, porque así es ahora,
lo cotidiano se volvió especial: finalmente los libros de autoayuda lo
lograron, se encontró el placer en lo rutinario…
sábado, 28 de noviembre de 2015
Hoax
Palabra
interesante ésta: costumbre, que según algunas fuentes, viene de consuetudo, es
decir, del hábito, pero más interesante es incluso hacer de este presunto
hábito un verbo, una acción: acostumbrarse y, a eso vengo: nos hemos acostumbrado.
Nos hemos acostumbrado a que creer es como pensar y a que soportar es así como
una forma de aceptar… Escuchamos, o leemos, sea cual fuere el medio: percibimos
un hecho noticioso y pensamos (no, creemos) que eso se debe a cierto mal manejo
de algunos dirigentes, entonces nos topamos con el sobreprecio y lo soportamos
(lo aceptamos) por eso la queja termina siendo una especie de retórica, quizás
dialéctica, o parábola, o alguna palabrita que nos lleve a aceptar (aquí si,
aceptar) que lo difundido por los medios tiene su punto y por ende, esa debe
ser la verdad. Una verdad creada, no resultante, una verdad que debe ser creída
(si, de creer) pero entonces cuestionamos: si al final la vamos a creer, no
necesitaría ser una verdad, pero resulta ser un argumento suficiente, y
suficiente nos basta para ponernos a pensar, pero… si pensar es creer… bueno…
que nos difundan lo que sea… al final, de cuestionarnos, lo vamos a hacer los
unos a los otros, dialéctica pues, pero sin filosofar…
jueves, 26 de noviembre de 2015
Una suerte de capricho eso, eso que llamamos convicción…
Cosa
sublime ésa de creer para sí lo emanado de alguien, mas, cuando ese alguien se
refería a alguien más. Así de ilusas son las convicciones, o los caprichos,
quién sabe. El Caribe, o el mar, ha hecho de nuestros puertos nuestra forma de
percibir las cosas, y pareciera que en cada cabeza hubiese un puerto, distinto
al refrán ése: cada cabeza es un mundo. Pues no, podría ser más bien: cada
cabeza es un puerto… y el mar nos trae, y del mar recibimos… luego; luego
aprendemos; pero en ese proceso se pasa un tiempo, no es rápido, o instantáneo,
al contrario: hay que sumar muchísimos instantes para que, de los patrones que pudiéramos
establecer, poder pensar, reflexionar... pero mientras, mientras esperamos qué
nos trae el mar: izquierda, derecha, dictadura, desamor con democracia, qué se
yo, yo apenas me hago mi propio muelle, a ver si soy capaz de entender algo un
poco más allá de lo que puedo leer… y puede que en las palabras esté la cosa,
porque no sé cómo explicar lo que siento, pero percibo algo; y es que ese algo,
alguien: puede que no tenga que ver conmigo, o con nosotros; si es que tú
piensas lo mismo, pero uno se empecina, uno no espera que lleguen a su muelle,
uno empieza a pegar gritos a cuestas en las costas… y gesticula: deformamos el
rostro en muecas que ni entendemos: a éste qué le pasa… todo porque vemos que
el mar algo trae, algo asoma y queremos llegue primero a nosotros, a mi muelle,
luego corremos a tierra firme, más bien al valle, a exhibirnos unos a otros lo
que el mar prácticamente nos trajo a todos pero sólo a algunos les llegó al
muelle, así empezamos a envidiarnos, porque es así: cuesta reconocer el
esfuerzo de un individuo. Estamos acostumbrados a recibir del mar… cosa sublime
ésa, creer para sí lo emanado de alguien…
jueves, 1 de octubre de 2015
uróboro
Una
duda con llave, para las puertas de mi percepción: ¿vale la pena? No,
sinceramente; pero el guayabo colectivo y circulante de todos los días, de los
extraños y de la familia, te envuelve en una suerte de simpatía depresiva y por
ahí te solidarizas… conjugamos al entristecer en todas las personas: tú, él,
ella, ellos, nosotros, y me incluyo… se convierte en tu moda intrínseca: me
gusta estar triste… y es que es cómodo, es hasta alegre, relajante; no poder (o
no querer) hacer algo, a propósito del factor entristecedor, te otorgará
indiferencia con el tiempo, así te acostumbras a que eso es normal… y entonces
viene alguien y se alegra. Epa: ¿acaso es por estar triste? No, sinceramente; pero
el guayabo colectivo y circulante de todos los días, de los extraños y de la
familia, te envuelve en una suerte de envidia opresiva y por ahí criticas;
invitando a todos a conjugarse, para así poder incluirte; porque eso que ves en
el otro lo podrías ver en ti, pero te desprecias, y por eso desprecias que ese
otro a su vez no se desprecie también: no lo toleras; y luego te enfureces:
porque quienes no se conjugaron en tu normalidad ahora sientes que te abandonan,
y de ése abandono renace un miedo primario: ¿es culpa de tu infancia? No,
sinceramente; pero el guayabo colectivo y circulante de todos los días, de los
extraños y de la familia, te envuelve en una suerte de pretexto inquisidor y
por ahí te acreditas… te otorgas el derecho a auto compadecerte, sin dejar que
nadie más se conjugue; cerrando todas las puertas, y dejando a la duda sin
llave…
jueves, 27 de agosto de 2015
Autocompasión
¿Cuáles
son las probabilidades de la minoría?
El
hábito de cuantificar opciones, en el caso de las oportunidades y del tiempo
es, sin duda, una siniestra casualidad; ¿pero por qué siniestra? Digamos,
porque era la poco probable, entonces comienzan los prejuicios, pero al parecer
todo prejuicio supone tener una explicación…
“Autocompasión
es el sentimiento de pena hacía uno mismo que experimenta un individuo en
situaciones percibidas como adversas cuando dicha situación no ha sido aceptada
y no se tiene la confianza o la habilidad para adaptarse a ella. El individuo
autocompasivo cree ser víctima de una situación negativa y por tanto merecer
condolencia. La autocompasión es, de forma general, un sentir negativo que no
sirve de ayuda para tratar las adversidades
del día a día.”
¿Y
será que lo menos probable es una adversidad? ¿De ser así, por qué?
“Muchas
son las personas que cargan con este sentimiento dentro de sí, tratando de
conformarse con las situaciones, las adversidades. Es el camino más fácil para
quien quiere huir de retos y responsabilidades…”
Entonces
negamos de antemano basándonos en probabilidades, creándonos esa expectativa
que según nuestros supuestos cálculos no habría de ocurrir. Pero ocurre, ése es
el punto…
“La
lástima por uno mismo es uno de los narcóticos no farmacéuticos más
destructivos. Es adictiva; da placer al momento y separa a la victima de la
realidad”. John W. Gardner
Llega
lo adverso, qué mal, qué mala suerte la nuestra…
Una
persona así podría manifestar varias de las siguientes situaciones:
-
No dice directamente lo que se desea, sino que se expresa en forma de queja o
sufrimiento.
-
Cuando no logra alcanzar su objetivo se desespera, se lamenta y se queja de
manera excesiva. En vez de luchar por cambiar las cosas, se regocija y exhibe
sus desgracias describiendo a todos sus desdichas.
-
Busca protagonismo, con la pretensión de ser el centro de atención trasmitiendo
pena y forzando la compasión de los demás mediante lamentos y quejas. Al
victimista le gusta mostrarse como una persona a quien le suceden muchas
desgracias e injusticias.
-
Cualquier hecho negativo que le suceda lo exagera hasta el punto de que, en la
mayoría de las ocasiones, deforme la realidad; de forma que sobredimensiona lo
negativo y llega a perder la perspectiva real de las consecuencias de ese hecho.
-
Cualquier mínima ofensa es exagerada para mostrar que se siente discriminado y
manifestar que están en su contra. Suele pensar mal de los demás.
-
Suele acometer y criticar a aquellos que no le dan la razón o que no son como
desearía que fuesen, de forma que quien recibe la queja, lo percibe como una
exigencia, no pudiendo elegir con libertad.
-
Ante una discusión o crítica, adquiere una actitud defensiva, ya que considera
que la intención de su adversario es ir más allá de una simple discusión o
desacuerdo. Considera que le están atacando y que van contra él.
-
Si alguien accede al argumento de una persona así, podría; el autocompasivo:
renunciar a sus deseos o necesidades en vista de que su voluntad ya se ha
consumado.
-
No sabe asumir las críticas, se ofende y se enoja ante ellas, y sólo ve mala
intención en quien se las hace o cuando tratan de hacerle una corrección.
-
Se justifica la propia actitud agresiva como una defensa a los anteriores
ataques recibidos.
-
Ante un fracaso suele justificar su actitud y culpar a quien le rodea de sus
propios errores.
En
este caso; y en líneas generales:
“Si
no estás conforme con tu vida no busques culpables. El problema es que esta
actitud te impedirá darte cuenta que el único responsable de cómo vives eres
tú. Por lo tanto ha llegado el momento de cambiar, de escucharte. Si algo no te
gusta, inténtalo cambiar. Al final la actitud será lo que cuente… Con
frecuencia, el culpar a otros por nuestros problemas debilita nuestras fuerzas
y creatividad. No te dejes llevar a ese extremo, mírate y encuentra las fuerzas
necesarias; seguro las hay…”
No
es pretensión del delirio el dar recomendaciones cuando ésta autocompasión, a
mí criterio, es así como un mal colectivo, un virus, le está dando a todo el
mundo de alguna manera. Pero por no dejar, tampoco está de más tomar en cuenta
las citas…
“Valorar
los aspectos positivos en los procesos de vida depende de tus interpretaciones
de los hechos y de las decisiones que tomas con base en esa manera de ver la
realidad. La meta no es ser feliz; la felicidad es una consecuencia. La meta es
vivir los procesos con emoción positiva y entusiasmo…”
“Hay
que considerar que todas las personas nos movemos sobre la base de determinadas
creencias positivas que tenemos acerca de nosotros mismos, de los demás y del
entorno. El hecho de carecer de estas creencias nos paraliza y por tanto nos
impide la acción. En otras palabras, si no creemos que podemos ser capaces de
conseguir “algo”, ya ni nos lo planteamos de forma seria…”
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