Pues
ya nos vamos. Sí. Después de tanto trajín, tanto esfuerzo tonto; nos vamos. Una
pancarta anunciando una pronta inauguración se desteñía; tal vez por el sol, por el tiempo, por albergar otra promesa
incumplida… y es que a eso nos hemos acostumbrado: a la idea de un
futuro, lamentablemente sin presente. No es posible pensar que algo ha de
ocurrir si aún no empieza. Está bien, pero; pero nos prometen empezar, y eso al
final es lo que significó la palabra: anunciar
un algo por hacer, más no necesariamente cumplirlo. Es quizá nuestra
esperanza puesta fuera, porque sabemos que no haremos nada al respecto; la que
nos lleva a creer, con fe, en lo que nos prometen, y sobretodo creer; que por
prometido, habrá de cumplirse. Luego queda esa suerte de arrebato; tal vez de frustración,
tal vez de tristeza, de rabia, puede ser: de que no nos cumplieron, para
entonces empezar a criticar, a opinar, a practicar la autocompasión y el
autodesprecio, para luego volver a la rutina, amargados, producto de cada
espejo humano que nos susurra a base de apenas gestos: ¿y qué prometiste tú?