jueves, 4 de septiembre de 2014

“y esa inconstancia no es algo heroico, es más bien algo enfermo”


Recién nos enteramos del fallecimiento, por fin descansó. Siempre lo recordaremos, al menos yo siempre lo recordaré; un lago en el cielo donde el tiempo es arena en mis manos, pues, no se olvida, ni siquiera con el bombardeo de noticias… una vez dos agonizaban, quizá por la misma razón, pero lo que me contó el primero fue algo más o menos así: hay personas que sin haber pedido una obligación, la asumen, la cumplen; yo soy una de esas, dijo. Vivía con mis tíos, y mi primo era la prioridad, todo lo que él inventó yo lo asumí, obviamente lo malo, porque lo bueno no era objeto de regaño… y yo no objetaba, yo lo asumía, era mi responsabilidad y así crecí, responsable, responsable por lo que no debí haber sido y por eso no fui feliz, ¿pero quién lo es? De eso me di cuenta con el cuento de mi enfermedad. Sí, fui más cansado, claro, pero no más infeliz que el resto, tal vez me perdí cosas a lo largo de mi vida, pero siempre me sentí útil, lo útil me hizo sentir maduro, y lo maduro sabio, y eso era lo que veían en mí aunque para mi mujer siempre fui un tonto, ¡pero qué más da ahora! Ahora me muero y ella, con el otro, no es feliz tampoco… Hizo una pausa, yo realmente no entendía nada, pero le escuché en silencio, atento, puesto que nadie venía a verlo, luego siguió: durante un buen tiempo estudié mi situación, me hice adicto al deber ajeno y mientras más me molestaba, mientras más me cansaba, más importante me sentía, y se notaba, no lo importante, lo cansado, y me decían que no lo hiciera más, que otro lo haría y yo sentía terror, porque yo era el que podía, yo era el que lo hacía, entonces entendí que no se me debía ver el cansancio, y así pasó mi enfermedad, ahora; estoy solo: inútil, inmaduro, y sin juventud… Pero esa no era la única historia triste del día, también estaba el otro que agonizaba; el otro infeliz. A diferencia del primero éste no hablaba conmigo, de paso lo visitaba un gentío, pero los escuchaba, escuchaba a sus allegados hablar: nunca asumió nada, si, tanto ruido que hizo cuando se casó y al final, nunca fue fiel, ¡cómo presionaba! Para esto, para aquello, luego se cansaba y eso que hizo lo que quiso, siempre le tuvo fobia al deber… Debió haber sido feliz (intervine en la conversa) No, para nada, nunca supo cómo se llenaban sus vacíos, pero sí aprendió como hacerse ver, y aunque nosotros lo sabíamos, éramos complacientes con tal de no escucharle la lengua… Habría jurado que los dos que agonizaban eran primos pero no fue así… terminé mi jornada y pensaba para conmigo: cómo alguien asume la responsabilidad de otro y el otro no la asume para sí… el equilibrio suele ser tan desproporcionado a veces…

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