Schopenhauer
ve al odio como placer que a diferencia del amor, que llega de repente, la
gente se toma su tiempo para odiar. Algo así dijo. Para Wilde la crueldad tiene
su lugar entre todos los placeres y así;
en cierta forma: se complacen algunos en esa suerte de éxtasis coctelera en
sentir odio y ser cruel. A alguien le leí una que vez que no somos aún peores
debido a que, aunque no lo crean, nos reprimimos la crueldad; y si consideramos
a los dos ilustres que acoté, tal vez sea así: cuántos placeres no se reprimen; el orden social en sí es
enarbolado a base de placeres reprimidos, así que, por qué no: podrían ser aún peores los que nos gobiernan,
es más, en este momento se deben estar reprimiendo: cómo no quisiera más de uno
que por estos lados hubiese una suerte de ISIS; claro, no tan radical, ni tan
bien financiando, porque de ser así sería una amenaza, y más que amenaza lo que
quieren es un pretexto, pero sí, cómo no se quisiera un grupo de tipo subversivo para
soltarles todo el cloro, o de lo que sea que sean esas bombas, por toda la
ciudad. Así, de una vez por todas, empezamos a temerle como quisieran ser
temidos, a hacer lo mismo que hacemos ahorita pero de mejor gana, sin acudir a
tanto medio digital a hacer pataletas… eso quisieran, pero por ahora aún no lo
tienen. Todavía la gente aunque sea a punta de tweets manifiesta su descontento. No se toman las calles porque no guste
cómo se es gobernado, no parece funcionar así, pero bueno, la virtualidad tiene
sus realidades, y el odio y la crueldad también son placeres reprimidos en
quienes lo sufren, y no siempre el que sufre sufrirá; como tampoco siempre el
que hace sufrir, sufrir hará. La voluntad anda por ahí, como el éter ese del
registro akáshico; ese que dice que todo por ahí anda, y que uno sólo tiene que
tomarlo…
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