El bar abrió y abría el paso a los espectadores
ávidos de sonrisas falsas e impaciencia cierta. Las anfitrionas bailaban para
el dinero y la pena y a la moral de las vergüenzas. El tiempo profesaba,
enseñaba; dictaba verbos a los labios, a las piernas, a las caderas. Se
atendían los cuerpos mientras lamentaban las mentes. Los sueños se perdían
entre las copas y se dejaba el calor entre marcas de dedos y pintura de bocas
secas. La música de músicos, la música sin músicos: las letras que recuerdan y
las que no se deben recordar. La mayoría alegres, para eso pagaron y beben. Se
anuncia el primer baile…
Contaba la gitana, por vestida y no por
hablada, contaba y cantaba; con alegría, con agonía. El público la aclamaba, la
manoseaba: era ese derecho adquirido por tragos recién comprados. Su cuerpo era
arte y sus movimientos protestantes; se imponían la sensualidad y la rebeldía: siempre
sedienta de un reto para restos que no dan sed. La fantasía era el exceso de la realidad y a
su nombre los sorbos; por eso aplaudían. Ella se escapaba y lo disfrutaba; la
pena se disfruta aún más cuando se vive sin estrellas y cuando la luna se
dibuja en techos de tabernas. Se anuncia el segundo baile…
Máscaras venecianas para ocultar algún gesto.
Los pensamientos también bailaban y se salían de las siluetas; la noche es de las
sombras: si hubiera, si fuera; pero por
eso estoy aquí. La gitana detalló alguna lágrima que aun no se confesaba.
En los pies descalzos se inicia la admiración de una mujer que te lleva la
mirada a las alturas. ¡Salud, a sonreír!
Saludos a las amigas de Paradisea Tribal