Quise recordar pero se me olvidaron algunos
detalles. Generalmente lo mejor era lo peor, pero siempre los besos complacían
y por eso nos amargábamos, porque el habla terminaba mudo y la protesta se
vertía entre caricias ciegas que nos provocaban la vista, así es el buen tacto,
perverso, excitante, de manera que la pelea se aplazaba, o más bien cambiaba de
contexto, nos provocaba cansarnos y ya descansados pues, ¿de qué era que estábamos
hablando? Nada, puro aire, sueño y bocanadas… luego venía el amanecer y las
rutinas, y con ello, cierta melancolía, o rabia, no sé, a ti te gusta el
conflicto y a mí la tristeza: una batalla épica, pero sin el bien ni el mal
puesto que el dolor y la controversia se agarran de las manos, y cuando se
enfrentan, hacen de los cuerpos un poema de vuelta y vueltas… Así nos vamos y
venimos, entre el sollozo y el rechino de los dientes. Guiones aprendidos al
derecho y al revés, para repetirlos a placer, pero sin obra, porque el
desenlace es un nuevo comienzo… Se tachan los días y se acercan los
compromisos, y los tenemos encima, pero no como nuestras pieles con almohadas,
ahí sí que nos cumplimos… un día el argumento pudo más y…, y empezó el
distanciamiento, la verdad se hizo quehacer para lo ya bastante irresponsables
que nos volvimos, por eso seguimos sin regresar aún, sin tocarnos, y llenos de
deudas, con el alma y con el resto, sí, restos también, pero somos cenizas ¿no?
Todo es cuestión de volver arder, sin excusas, sin terceros, las nuevas pieles
suman pero no consumen, no al menos como los detalles que quise olvidar pero
ahora recuerdo, y generalmente – específicamente – lo peor era lo mejor: qué
sea el beso la consigna, y si quieres, a las rutinas, les dejamos lo triste y lo
molesto, al fin y al cabo, compromisos siempre va a haberlos…