martes, 28 de febrero de 2012

De cabinas y pocetas…



Se paseaban algunas rutinas como sí lo rutinario se pudiera pasear, algo así como una obligación por gusto, que es muy distinto al gusto por la obligación; de lo último se habla como problema y no como virtud, siendo así entonces: la rutina encontró una rutina de distracción sin mucha abstracción. Un poco de música para  aislarse de ruido que acompaña la diaria caminata hacia el lugar de trabajo; ya se sabe que hay un empleo. Un saludo inconscientemente acartonado; se pregunta por el ánimo pero sin ánimo alguno de escuchar una respuesta distinta a la de siempre, siempre se está bien, “aquí,” o “Chévere;” que ayuda a presumir dónde queda el lugar de trabajo. Un encuentro a media mañana con amigos o compañeros de trabajo; después de ocho horas, cinco días y un poco más de diez años; un jefe es como un padre cuando dobla la edad y cuando no, es más bien un hermano. Así también son los compañeros de trabajo, que incluso van a la casa el domingo y el viernes por la noche a los tragos. Se dice alguna pequeña mentira que haga la conversación interesante, la verdad siempre aburre, está comprobado, basta con ver las noticias y los noticieros. Un sorbo de tiempo para ir al baño a una cabina, donde no puede haber más uno si se ha de usar el equipo completo; ahí se puede invitar a la abstracción con un poco de imaginación, ignorando por supuesto al olor distractor. Sin espejos, pero conversando con el alma: si cambiara esta vida…


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