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lunes, 18 de agosto de 2014

Vi decir o alguien dijo




Alguien dijo que las palabras escritas fueron suspiros que se tuvieron que ahogar en el silencio. Claro que no debe aplicar para todo, pero sí, es posible; es posible que un deseo sin confesar haya yacido entre unas cuantas letras: no quisimos decirlo, nos grita y nos grita desde el pensamiento, nos enfermamos (de una u otra forma) hasta que lo plasmamos y, digamos, logramos mitigar el motivo: el mar y tú cuando no hablas (el maremoto y tú cuando no callas) 

Alguien dijo también que el exceso de sinceridad era otra forma de hipocresía: lo digo porque puedo, porque no tengo pelos en la lengua… yo tampoco los tengo, en otros lugares sí; por supuesto. Pero cuando sabemos que tenemos dagas, en lugar de palabras, sabemos también que no podemos decir lo que no podrá revertirse, entonces nos ahogamos… pero… nademos un poco: a ver, el abuso de la palabra para decir lo que no quiere ser escuchado responde, y aquí viene el delirio, a un tema de consumo, y de oportunidades, por el mero hecho de que nos sentimos atacados… 

Vi decir a alguien que estaba enfermo, vi también que no tenía ganas de sanar, vi cómo emitía juicios, y todos partían de su falta para consumir… así pues, ésta persona que ve a otros comprar puede bifurcarse en un obvio par de situaciones: progresar para también consumir o, envidiar a través del descrédito, para poder criticar al que progresa… puede resultar lamentable, sí, (alguien lo dijo y también lo vi) que el progreso se base en el consumo, y entiendo que si esto es una premisa va devengar múltiples vicios (vicios que se creerán virtudes)  Pero quien no está acostumbrado a producir difícilmente entenderá la diferencia entre invertir y gastar… juzguemos al gasto entonces, y entonces nos dirán envidiosos… progresemos, ¿gastando mejor? ¿Y entonces? Bueno, entonces seguimos escribiendo…

domingo, 31 de marzo de 2013

Las buenas y malas cualidades del carácter


En los designios del Destino, Schopenhauer nos da a entender, entre otras cosas, dos puntos interesantes; uno sobre los dones (o aptitudes) vistas como privilegios generadores de envidia; y otro sobre el ejemplo, como premisa, o como guía. Citamos:

“La inteligencia, e incluso el genio, deben mendigar perdón al mundo siempre que no se hallen en situación de permitirse el menosprecio orgullosa e intrépidamente. En efecto, cuando la envidia queda suscitada tan sólo por la riqueza, el rango o el poder, a menudo se ve amortiguada por el egoísmo al enjuiciarse, que llegado el caso podría esperarse de quien envidia cosas tales como auxilio, deleite, apoyo, protección, mecenazgo u otras por el estilo; o incluso al aproximarse, y pueda saborear la gloria en base al mero destello de su prestigio; por supuesto, siempre queda la esperanza de alcanzar para sí mismo todas esas gracias algún día. En otro orden de ideas, para la envidia concentrada en los dones naturales y personales, como pudieran ser la belleza entre mujeres, y el ingenio entre los hombres, no hay espacio para esa esperanza o consuelo de tipo alguno; no quedando más que el odio amargo e implacable a tales privilegios…”

En cuanto al ejemplo, extraemos:

“…por lo común, las personas poseen poco discernimiento y harto escaso conocimiento para explorar por sí mismos su camino. Por eso uno se hallará tanto más abierto al influjo del ejemplo, cuanto más adolezca de ambas aptitudes…” (discernimiento y conocimiento)
Más adelante: “…desde un punto de vista moral, el ejemplo, como forma de instrucción, puede propiciar una mejora civil o legal, más nunca una mejora interior, que es la única específicamente moral… el ejemplo actúa como un instrumento propiciador de que se pongan en relieve las buenas y malas cualidades del carácter, pero no crea éstas de modo alguno…”

Hay tomarse buenos sorbos de tiempo para probar un nuevo orden de pensamientos, pues seguir ejemplos creyéndolos aptitudes y envidiar aptitudes creyéndolas privilegios; nos alejan de ese ser que somos y que a veces no sabemos ser…

Saludos en letras…