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lunes, 2 de julio de 2012

Glosando explicaciones…



La gente se empeña en no decir cuando habla y en explicar demasiado con gestos. A ver, de qué se trata. Ayer el hombre de la taquilla me lanzó el dinero sin yo haberle hecho algo, no me importa qué le esté pasando, no quiero saberlo; pero obviamente grita desde su descontento las ganas de contar su pena al primer curioso. Puede ser. La otra vez fui por algunos tragos y una amiga me contaba lo bien que le va con esa simplicidad tan propia de unas ganas, que por lo general nunca ganan, y siempre dejan entrever. Es una máscara y muy usada. Todos somos en cierta forma infelices; los cuentos terminan en algún inicio, se sabe que después viene la infelicidad. Se ve claro al leer esos “para siempre,” yo digo más bien “siempre para;” siempre para una segunda parte. Aparte. ¿Y entonces? Ah claro, vámonos…


Después de unas cuantas cuadras, esto de caminar es como una exquisitez; la ciudad no ha sido concebida para los pasos, si no, los zapatos bellos no fuesen los de tacón alto, es inútil hacer entender que lo sano no es cómodo. Supongo que lo tóxico sí lo es. ¿No te gusta intoxicarte de cuando en cuando? A lo que vamos no es precisamente a rendir un tributo a la salud, es un daño que nos complace, y nos place por aquello de lo colateral. Es cómodo además. Por cierto, ¿cómo hiciste? Mentí, lo usual, ¿tú? Callé, lo usual. Hay tantas historias  que se escriben entre silencios y mentiras, no me explico cómo la acción en los verbos se le atribuye tanto a la habladera, a muchos les gusta decir que hacen lo que no hacen en verdad. No sé, aburre; por eso estamos aquí sin invitar cómplices; sólo coautores. Llevo días imaginándote; serán los nervios, será el riesgo, será tu cuerpo, serán tus besos. Seremos, seremos lo que no hemos podido ser. Nos miran. Siempre no habrán de mirar; la culpa es la prenda que más llama la atención y la que se viste con la más hipócrita de las vergüenzas…

Besos dices, pero…

domingo, 24 de junio de 2012

Nunca se pagaba demasiado por las sensaciones…



Alma y cuerpo, cuerpo y alma…

¡Qué misteriosos eran! Había animalismo en el alma, y el cuerpo tenía sus momentos de espiritualidad. Los sentidos podían refinarse y la inteligencia degradarse. ¿Quién podía decir dónde cesaba el impulso carnal o empezaba el psíquico? ¡Qué superficiales eran las arbitrarias definiciones de los psicólogos ordinarios! Y, sin embargo, ¡qué difícil pronunciarse entre las afirmaciones de las distintas escuelas! ¿Era el alma un fantasma que habitaba en la casa del pecado? ¿O el cuerpo se funde realmente con el alma, como pensaba Giordano Bruno? La separación entre espíritu y materia era un misterio, y la unión del espíritu con la materia también lo era. (…) siempre nos equivocamos sobre nosotros mismos y raras veces entendemos a los demás. La experiencia carece de valor ético. Es sencillamente el nombre que dan los hombres a sus errores. Por regla general los moralistas la consideran una advertencia, reclaman para ella cierta eficacia ética en la formación del carácter, la alaban como algo que nos enseña qué camino hemos de seguir y qué abismos evitar. Pero la experiencia carece de fuerza determinante. Tiene tan poco de causa activa como la misma conciencia. Lo único que realmente demuestra es que nuestro futuro será igual a nuestro pasado, y que el pecado que hemos cometido una vez, y con amargura, lo repetiremos muchas veces, y con alegría.
(…)
Nada, excepto los sentidos, puede curar el alma, como tampoco nada, excepto el alma, puede curar los sentidos…
Fragmento de: El retrato de Dorian Gray, Oscar Wilde