Todavía nos lo preguntamos, hay demasiadas respuestas pero ninguna nos corresponde. Seguimos caminando, en silencio, para recordar; para cuando conversemos. Por qué la maldad; por la crisis en el alma, en la mente – suena Queen y Freddie dice: “lo quiero todo y lo quiero ahora…” – Pero esa no es la niñería que deberíamos conservar de adultos ¿cierto? Claro, acuérdate de tu esposa, sí; el problema está en los principios que no secundan, tal vez porque carecen de presencia, de solidez pues como me lo explicaba: no podemos lidiar con el fracaso, y si no tenemos principios hacemos mucho daño sencillamente… y nos hacemos verdugos, hasta el disfrute, como cualquier otro vicio que es reprochado. La maldad puede llegar a ser boleto de entrada en muchos corazones; mediador entre el cerebro y las manos, como en Metrópolis. Una persona no te olvida cuando la hieres y ahí nace esa basura grandeza. Fechorías significantes, con malos significados… se ajustan cuentas con ese fracaso, sin valores, para creernos valiosos, luego qué, ¿perdón? ¿Y de quién? Habrá que repasar un poco de bioética – irónicamente nueva y por lo tanto subjetiva – Seguimos caminando, buscamos asilo luego de haber dañado, como si fuéramos víctimas, y llega el día y nos trae algo para quejarnos, para poner en él la culpa, y luego repetimos todo cual ciclo que se retroalimenta y crece. Cambian los modos, los malos, entonces el mundo se vuelve injusto para el perdón y para ese quién… por algo se les llama principios, porque por ahí se empieza: ¡cómo hizo falta un buen hogar!
Blog dedicado a la redacción de escritos, en su mayoría originales. /Blog focused on original writings mostly
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lunes, 23 de septiembre de 2013
lunes, 2 de julio de 2012
Glosando explicaciones…
La gente se empeña en no decir cuando habla y
en explicar demasiado con gestos. A ver, de qué se trata. Ayer el hombre de la
taquilla me lanzó el dinero sin yo haberle hecho algo, no me importa qué le
esté pasando, no quiero saberlo; pero obviamente grita desde su descontento las
ganas de contar su pena al primer curioso. Puede ser. La otra vez fui por
algunos tragos y una amiga me contaba lo bien que le va con esa simplicidad tan
propia de unas ganas, que por lo general nunca ganan, y siempre dejan entrever.
Es una máscara y muy usada. Todos somos en cierta forma infelices; los cuentos
terminan en algún inicio, se sabe que después viene la infelicidad. Se ve claro
al leer esos “para siempre,” yo digo más bien “siempre para;” siempre para una
segunda parte. Aparte. ¿Y entonces? Ah claro, vámonos…
Después de unas cuantas cuadras, esto de
caminar es como una exquisitez; la ciudad no ha sido concebida para los pasos,
si no, los zapatos bellos no fuesen los de tacón alto, es inútil hacer entender
que lo sano no es cómodo. Supongo que lo tóxico sí lo es. ¿No te gusta
intoxicarte de cuando en cuando? A lo que vamos no es precisamente a rendir un
tributo a la salud, es un daño que nos complace, y nos place por aquello de lo
colateral. Es cómodo además. Por cierto, ¿cómo hiciste? Mentí, lo usual, ¿tú? Callé,
lo usual. Hay tantas historias que se
escriben entre silencios y mentiras, no me explico cómo la acción en los verbos
se le atribuye tanto a la habladera, a muchos les gusta decir que hacen lo que
no hacen en verdad. No sé, aburre; por eso estamos aquí sin invitar cómplices;
sólo coautores. Llevo días imaginándote; serán los nervios, será el riesgo,
será tu cuerpo, serán tus besos. Seremos, seremos lo que no hemos podido ser. Nos
miran. Siempre no habrán de mirar; la culpa es la prenda que más llama la
atención y la que se viste con la más hipócrita de las vergüenzas…
Besos dices, pero…
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