Sin fe confesaban al haberse visto caídos:
corríamos y resbalamos por no saber frenar. Desconocidas las caras con tanto
espejo roto, mucho gesto sin rostro y mucho rastro que nada gustaba. La
molestia con el tiempo es indiferencia y así se empiezan a permitir
prohibiciones. El vendedor salía de soslayo por el portal del enrejado, para su
suerte, a medio cerrar. En un principio, la situación se agravaba, pero nadie
tenía qué gravar. Los insultos, que con el ruido se suman a un ruido mayor, usualmente,
no definieron reclamos. La sangre suele saber tomar su lugar para gritos y
silencios. Llovía, todos los sabían. Cuando el cielo viste gris la gente
debería vestir colorida; como aquella mujer de turquesa que llegó a aquel sitio
sepia. Caen el vendedor de espejos y la pareja de la moto, todos vestidos de
negro…
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