No
hay hombre nuevo. Creo que esa es quizás la conclusión a la que podemos llegar.
Pensamos más o menos igual sólo con algunos focos de atención cambiados, la
radio pasó a ser tv y el tv pasó a ser un teléfono inteligente, ahí cargamos todo,
hasta la forma de pensar: hasta la ideología… siempre creí que en los
antagonismos de lo convencional yacía la disidencia, ese pensar distinto que
nos hacía llamar a los otros los alienados, porque yo estaba del lado de los
libres, del que no sucumbía a marcas ni a modas, del que entendía la sucesión de
la lógica, o la causa y el efecto; pero no era así del todo. Al final resultó
que el antagonismo siempre fue parte de lo convencional, es como si cada cosa,
aparentemente impuesta para ser alabada y en sí creída, viniera de una vez con
su conveniente escepticismo, como para hacer del presunto ateo un creyente más,
porque al final es eso ¿no? La negación de algo admite su existencia… ah, pero
con el tiempo vino el punto intermedio, ese punto en el que ni creo ni dejo de creer, esa ignorancia bendita: algo así como no sé y no me interesa mucho saberlo, es
más mientras siga sin saberlo, mejor…
y por ahí nos decantamos. El fanático politiquero te habla de derechas e
izquierdas y uno, uno bueno: a uno le gusta gastar cuando se tiene, darse su
gusto pues, pero en sí seguir siendo disidente, porque así más chévere… pero
cuando ni los unos ni los otros tienen plata, todo se confunde, hasta este
extraño agnosticismo. Ahora todos necesitamos, y esto es lo grave, necesitamos
creer, poco a poco dejaremos de elegir porque a la forma de pensar ya no le hará
falta imponerse, nosotros acudiremos a ella desesperados porque necesitaremos
creer sin cuestionar, y los disidentes, como yo, bueno, al final usaremos esa
disidencia para criticar a los que cuestionen estas necesidades, tal como ya
está empezando a ocurrir…
Blog dedicado a la redacción de escritos, en su mayoría originales. /Blog focused on original writings mostly
lunes, 7 de diciembre de 2015
viernes, 4 de diciembre de 2015
Indie
Qué
podemos respondernos, me pregunto. Deambulamos inconscientes en conciencias
ocupadas, hay que economizar argumentos. De lo que antes se ahondaba ahora se
orilla, pero ya va, sin ser orilleros pues no nos hace falta gritar: la procesión
va por dentro y por dentro la reflexión ya no se profesa… nos dan dos
versiones, dos versiones palíndromas y por eso seguimos igual, por estar en el
medio y desde el medio nos quedamos con algunas frases, las que más se repitan,
para luego adoptar ese nihilismo burgués que, con una muy en boga cara de
aburrimiento, aseverar que dichas frases no nos las creemos… y es que creer,
así como tal, no se estereotipa tan bien como lo escéptico, creer es más bien
religioso, y ahora a todos nos dio por ser agnósticos: algo nuevo para el
catálogo de respuestas: puro pop con música indie
de fondo, porque así nos logramos
elevar… entonces: qué podemos respondernos, me pregunto. Nada; nada que no
salga en el catálogo de respuestas. Consulte, consulte a ver qué le presta más
a usted; si la rebeldía pro-gobierno, si la disidencia pagada por padres
pudientes, si el curso foráneo porque aquí ya no hay vida, si la vida en otra
parte para añorar lo que acá se tenía, si beber en lugar de luchar, si luchar
por creer tener, quién sabe, si opinar por redes sociales desde la oficina, si
hablar del caos mientras se contempla alguna vitrina, si esperar el estallido
social viendo televisión, si estar en la calle para correr y fotografiarse, el
catálogo crece pero… de lo que antes se ahondaba ahora se orilla…
jueves, 3 de diciembre de 2015
Oda a la cola…
Allegro:
Gente que no trabaja y
gente que pide permiso en sus trabajos para poder hacer la cola, para esperar,
según el terminal de su cédula, qué y cuánto comprar para abastecerse, abastecerse
a base de regulaciones pero; a quién no le gusta esa golilla, algunos exclaman;
bueno, a ver, algunos otros han aprendido con el pasar del tiempo que el valor
de ciertas cosas supone un cierto esfuerzo, pero no por el mero hecho de
esforzarse, no, es más bien por el esfuerzo a futuro, en este caso, a pasado;
digamos: algún sacrificio para poder ahorrar, para lograr hacerse con un grado
académico, horas extras en la organización para subir un poco el ingreso, todo
previo a una idea, que con un poco de drama llega a ser una meta, o ilusión,
dependiendo de lo que ésta sea, pero ya no importa, ahora (y literalmente,
ahora) es inmediatez: a la calle, a las tiendas, tempranito, para esperar un
poco menos que los que están a la espalda…
Minueto:
Conversaciones,
la gente empieza a conocerse, a intercambiar testimonios, a reírse (si, a
reírse) la molestia en esta sinfonía ha de tener lugar en otro momento;
anécdotas de la crisis: sueldos que no alcanzan y los encargados de los
almacenes comienzan sus danzas. Bailamos, buscamos coincidencias, mermamos la
angustia al verla colectiva; todos más o menos estamos en lo mismo: igualdad
social, pues; una bandera por la que tanto se ha declamado…
Ronda:
Sin disfraces, sin
música, casi al pie de la letra (y esto último si es un tanto más metafórico)
Da chance de ir a otro lugar, ya alguien en la cola dijo que lo que no hay
aquí, puede haberlo en el negocio que está más adelante, por ende, nos
vamos; para volver a la ronda, porque normalmente se va a más de un sitio para
abastecerse…
Sonata:
Ya
después de haber hecho varias colas y con un par de bolsitas en cada mano,
adquirimos la licencia de la victoria, esa que nos permite ciertas
premoniciones sobre el futuro político del país y cierta jerarquía para juzgar
a quienes no fueron parte de la sinfonía de hoy, además; también nos entra el
fresquito de que conseguimos lo que otros no han podido, porque así es ahora,
lo cotidiano se volvió especial: finalmente los libros de autoayuda lo
lograron, se encontró el placer en lo rutinario…
sábado, 28 de noviembre de 2015
Hoax
Palabra
interesante ésta: costumbre, que según algunas fuentes, viene de consuetudo, es
decir, del hábito, pero más interesante es incluso hacer de este presunto
hábito un verbo, una acción: acostumbrarse y, a eso vengo: nos hemos acostumbrado.
Nos hemos acostumbrado a que creer es como pensar y a que soportar es así como
una forma de aceptar… Escuchamos, o leemos, sea cual fuere el medio: percibimos
un hecho noticioso y pensamos (no, creemos) que eso se debe a cierto mal manejo
de algunos dirigentes, entonces nos topamos con el sobreprecio y lo soportamos
(lo aceptamos) por eso la queja termina siendo una especie de retórica, quizás
dialéctica, o parábola, o alguna palabrita que nos lleve a aceptar (aquí si,
aceptar) que lo difundido por los medios tiene su punto y por ende, esa debe
ser la verdad. Una verdad creada, no resultante, una verdad que debe ser creída
(si, de creer) pero entonces cuestionamos: si al final la vamos a creer, no
necesitaría ser una verdad, pero resulta ser un argumento suficiente, y
suficiente nos basta para ponernos a pensar, pero… si pensar es creer… bueno…
que nos difundan lo que sea… al final, de cuestionarnos, lo vamos a hacer los
unos a los otros, dialéctica pues, pero sin filosofar…
jueves, 26 de noviembre de 2015
Una suerte de capricho eso, eso que llamamos convicción…
Cosa
sublime ésa de creer para sí lo emanado de alguien, mas, cuando ese alguien se
refería a alguien más. Así de ilusas son las convicciones, o los caprichos,
quién sabe. El Caribe, o el mar, ha hecho de nuestros puertos nuestra forma de
percibir las cosas, y pareciera que en cada cabeza hubiese un puerto, distinto
al refrán ése: cada cabeza es un mundo. Pues no, podría ser más bien: cada
cabeza es un puerto… y el mar nos trae, y del mar recibimos… luego; luego
aprendemos; pero en ese proceso se pasa un tiempo, no es rápido, o instantáneo,
al contrario: hay que sumar muchísimos instantes para que, de los patrones que pudiéramos
establecer, poder pensar, reflexionar... pero mientras, mientras esperamos qué
nos trae el mar: izquierda, derecha, dictadura, desamor con democracia, qué se
yo, yo apenas me hago mi propio muelle, a ver si soy capaz de entender algo un
poco más allá de lo que puedo leer… y puede que en las palabras esté la cosa,
porque no sé cómo explicar lo que siento, pero percibo algo; y es que ese algo,
alguien: puede que no tenga que ver conmigo, o con nosotros; si es que tú
piensas lo mismo, pero uno se empecina, uno no espera que lleguen a su muelle,
uno empieza a pegar gritos a cuestas en las costas… y gesticula: deformamos el
rostro en muecas que ni entendemos: a éste qué le pasa… todo porque vemos que
el mar algo trae, algo asoma y queremos llegue primero a nosotros, a mi muelle,
luego corremos a tierra firme, más bien al valle, a exhibirnos unos a otros lo
que el mar prácticamente nos trajo a todos pero sólo a algunos les llegó al
muelle, así empezamos a envidiarnos, porque es así: cuesta reconocer el
esfuerzo de un individuo. Estamos acostumbrados a recibir del mar… cosa sublime
ésa, creer para sí lo emanado de alguien…
jueves, 1 de octubre de 2015
uróboro
Una
duda con llave, para las puertas de mi percepción: ¿vale la pena? No,
sinceramente; pero el guayabo colectivo y circulante de todos los días, de los
extraños y de la familia, te envuelve en una suerte de simpatía depresiva y por
ahí te solidarizas… conjugamos al entristecer en todas las personas: tú, él,
ella, ellos, nosotros, y me incluyo… se convierte en tu moda intrínseca: me
gusta estar triste… y es que es cómodo, es hasta alegre, relajante; no poder (o
no querer) hacer algo, a propósito del factor entristecedor, te otorgará
indiferencia con el tiempo, así te acostumbras a que eso es normal… y entonces
viene alguien y se alegra. Epa: ¿acaso es por estar triste? No, sinceramente; pero
el guayabo colectivo y circulante de todos los días, de los extraños y de la
familia, te envuelve en una suerte de envidia opresiva y por ahí criticas;
invitando a todos a conjugarse, para así poder incluirte; porque eso que ves en
el otro lo podrías ver en ti, pero te desprecias, y por eso desprecias que ese
otro a su vez no se desprecie también: no lo toleras; y luego te enfureces:
porque quienes no se conjugaron en tu normalidad ahora sientes que te abandonan,
y de ése abandono renace un miedo primario: ¿es culpa de tu infancia? No,
sinceramente; pero el guayabo colectivo y circulante de todos los días, de los
extraños y de la familia, te envuelve en una suerte de pretexto inquisidor y
por ahí te acreditas… te otorgas el derecho a auto compadecerte, sin dejar que
nadie más se conjugue; cerrando todas las puertas, y dejando a la duda sin
llave…
lunes, 21 de septiembre de 2015
autodesprecio
“No hay nada más animal
que una conciencia tranquila
en el tercer planeta a partir del Sol”
que una conciencia tranquila
en el tercer planeta a partir del Sol”
“Somos como un buque
en medio del mar del tiempo y el autodesprecio
es una fisura en el casco por la que el agua entra. Le sirve al adversario
cualquier cosa para hundirnos, de lo más simple a lo más complicado, y le basta
con un simple agujerito donde empezar a golpear, a descargar su veneno… Generalmente comienza haciéndonos odiar,
criticar, juzgar, condenar, despreciar, etc., por otros que tenemos en
derredor, un maltrato, insulto, lo que sea que ofenda el orgullo y que hiera
clamor propio, ahí ya comienza a generarse miedo, preocupación por sí y
consecuentemente autodesprecio, pues es como si fuésemos una manzana que es
golpeada y comienza a pudrirse donde sufrió el golpe.
El odio recibido es el que absorbemos y con el
que nos odiamos. Entra en nosotros y lo convertimos en autodesprecio. Por
ejemplo, si nos han dicho, ‘feo’, eso sigue resonando como eco sin cesar, nos
golpea, genera miedo, nos hundimos y la angustia nos ahoga, cayendo hasta la
desesperación… El problema es que nos auto flagelamos, nos seguimos castigando
y no nos perdonamos… no solo no perdonamos a otros, sino que no nos perdonamos
a nosotros ser imperfectos, defectuosos, y nos llenamos de miedo, preocupación,
surgiendo el obsesivo pensar siempre en sí, y el dedicarse a sí mismo, ese
buscar como ser amado y no despreciados.”
“Las personas que han vivido
traumas en su infancia o han soportado rechazos y críticas severos y
prolongados pueden vivir en un constante estado de autodesprecio… La vergüenza
está a menudo asociada con [ello]. Algunas personas prefieren permanecer con
relaciones que detestan porque cambiar la relación les hace sentirse
avergonzados”
“Es triste que nunca nos
definamos por lo que somos y tengamos que poner siempre en la vitrina de
nuestra vida nuestros diplomas”
“El autodesprecio
surge cuando se cree que se es inferior y ello se vive como algo vergonzoso,
humillante. En sí, es una presunta inferioridad, ya que, cuando se analiza con
un mínimo de objetividad, se comprueba que no hay motivos de peso para
considerarlo tal, o que, en cualquier caso, se le está dando una importancia
subjetiva desmesurada… Lo habitual es que todo esto se lleve en el secreto de
la propia intimidad y que tenga una importante carga subjetiva… muchas veces,
aparentemente, no resultan evidentes desde el exterior, pero suelen constituir
un intenso y profundo motivo de desasosiego, y condiciona bastante la
personalidad y el comportamiento de quien las sufre.”
“el reconocimiento no
es una cortesía sino una necesidad humana vital”
“Amar a otros no es tenerles
lástima, eso es debilidad y es signo de autocompasión, es la evidencia de que
nos tenemos lástima a nosotros mismos… La lástima parece compasión, pero en el
fondo es desprecio. Nos autodespreciamos,
no nos amamos debidamente, no nos valoramos, solos nos echamos abajo,
criticamos y no vemos nada bueno o apreciable en nosotros y no nos cuidamos
debidamente tampoco… Fingimos que eso es humildad, parece, pero no lo es, es
orgullo… Es el orgullo malherido, nos odiamos porque fuimos odiados,
despreciados, pospuestos, descartados, reemplazados, no amados o mal amados,
entonces, nos creímos despreciables, no amables, reemplazables, descartables,
etc… Ahí comenzó el odio a sí, el autodesprecio, nos odiamos porque fuimos
odiados y de esta manera se va haciendo una cadena.
A veces es un golpe, otras un desprecio, puede
ser también un insulto o la misma indiferencia de almas muertas, orgullosas y
desamoradas que por ello se incapacitan para amar y sólo pasan por el mundo
como entes indolentes o como odiosas ardientes.
Así como tenemos que perdonar a
otros para ser libres de la tentación del odio, también tenemos que perdonarnos
a nosotros mismos, aceptarnos, vernos limitados, defectuosos y humanos y
perdonarnos, no despreciarnos por ello… Hay almas que dicen que se aman, pero
en realidad son vanidosas, no se aman, fingen amarse, en el fondo se ahogan en
tristeza, se tienen lástima mientras que se mueven desesperadas en el mundo
para parecer perfectas y eficientes… Cumplen con todo, incluso hasta hacen por
demás, y eso que parece bueno desde lo superficial, encubre la tristeza, el
miedo, la preocupación por sí y acaba por demostrar un esfuerzo egoísta de un
alma orgullosa que busca aprobación, aceptación, adoración.
Eso es lo que pone en evidencia
que esa alma se mueve por miedo e interés, finge amor, finge atención, finge
aceptación, etc., porque el miedo la domina, controla y somete moviéndola a
hacer todo esto con la intención de ser amada, aceptada, tomada en cuenta… Está buscando la forma de imponer que no la
desprecien, y así se hace evidente que le dolió y no ha perdonado el desprecio
padecido con anterioridad y que tampoco se perdona a sí misma… No se
perdona a sí mima porque se exige perfección para lograr aceptación, no acepta
ni la suposición de ser imperfecta; sometiéndose a un régimen de terror, de autoexigencia para lograr eficiencia.”
“Hemos aceptado los
lemas más estruendos y paternalistas, la ganga verbal de unos sacerdotes
ostentosos, elásticos en la moral, dispuestos a inflarse cada tarde a la
hora del sermón… Somos los protagonistas de un largo halago del fracaso, y sólo
nos queda la traición o la fuga… En una arrogancia propia de la infancia hemos
crecido; sin antes albergar un solo mito, una sola expresión afortunada de
nuestra condición”
jueves, 27 de agosto de 2015
Autocompasión
¿Cuáles
son las probabilidades de la minoría?
El
hábito de cuantificar opciones, en el caso de las oportunidades y del tiempo
es, sin duda, una siniestra casualidad; ¿pero por qué siniestra? Digamos,
porque era la poco probable, entonces comienzan los prejuicios, pero al parecer
todo prejuicio supone tener una explicación…
“Autocompasión
es el sentimiento de pena hacía uno mismo que experimenta un individuo en
situaciones percibidas como adversas cuando dicha situación no ha sido aceptada
y no se tiene la confianza o la habilidad para adaptarse a ella. El individuo
autocompasivo cree ser víctima de una situación negativa y por tanto merecer
condolencia. La autocompasión es, de forma general, un sentir negativo que no
sirve de ayuda para tratar las adversidades
del día a día.”
¿Y
será que lo menos probable es una adversidad? ¿De ser así, por qué?
“Muchas
son las personas que cargan con este sentimiento dentro de sí, tratando de
conformarse con las situaciones, las adversidades. Es el camino más fácil para
quien quiere huir de retos y responsabilidades…”
Entonces
negamos de antemano basándonos en probabilidades, creándonos esa expectativa
que según nuestros supuestos cálculos no habría de ocurrir. Pero ocurre, ése es
el punto…
“La
lástima por uno mismo es uno de los narcóticos no farmacéuticos más
destructivos. Es adictiva; da placer al momento y separa a la victima de la
realidad”. John W. Gardner
Llega
lo adverso, qué mal, qué mala suerte la nuestra…
Una
persona así podría manifestar varias de las siguientes situaciones:
-
No dice directamente lo que se desea, sino que se expresa en forma de queja o
sufrimiento.
-
Cuando no logra alcanzar su objetivo se desespera, se lamenta y se queja de
manera excesiva. En vez de luchar por cambiar las cosas, se regocija y exhibe
sus desgracias describiendo a todos sus desdichas.
-
Busca protagonismo, con la pretensión de ser el centro de atención trasmitiendo
pena y forzando la compasión de los demás mediante lamentos y quejas. Al
victimista le gusta mostrarse como una persona a quien le suceden muchas
desgracias e injusticias.
-
Cualquier hecho negativo que le suceda lo exagera hasta el punto de que, en la
mayoría de las ocasiones, deforme la realidad; de forma que sobredimensiona lo
negativo y llega a perder la perspectiva real de las consecuencias de ese hecho.
-
Cualquier mínima ofensa es exagerada para mostrar que se siente discriminado y
manifestar que están en su contra. Suele pensar mal de los demás.
-
Suele acometer y criticar a aquellos que no le dan la razón o que no son como
desearía que fuesen, de forma que quien recibe la queja, lo percibe como una
exigencia, no pudiendo elegir con libertad.
-
Ante una discusión o crítica, adquiere una actitud defensiva, ya que considera
que la intención de su adversario es ir más allá de una simple discusión o
desacuerdo. Considera que le están atacando y que van contra él.
-
Si alguien accede al argumento de una persona así, podría; el autocompasivo:
renunciar a sus deseos o necesidades en vista de que su voluntad ya se ha
consumado.
-
No sabe asumir las críticas, se ofende y se enoja ante ellas, y sólo ve mala
intención en quien se las hace o cuando tratan de hacerle una corrección.
-
Se justifica la propia actitud agresiva como una defensa a los anteriores
ataques recibidos.
-
Ante un fracaso suele justificar su actitud y culpar a quien le rodea de sus
propios errores.
En
este caso; y en líneas generales:
“Si
no estás conforme con tu vida no busques culpables. El problema es que esta
actitud te impedirá darte cuenta que el único responsable de cómo vives eres
tú. Por lo tanto ha llegado el momento de cambiar, de escucharte. Si algo no te
gusta, inténtalo cambiar. Al final la actitud será lo que cuente… Con
frecuencia, el culpar a otros por nuestros problemas debilita nuestras fuerzas
y creatividad. No te dejes llevar a ese extremo, mírate y encuentra las fuerzas
necesarias; seguro las hay…”
No
es pretensión del delirio el dar recomendaciones cuando ésta autocompasión, a
mí criterio, es así como un mal colectivo, un virus, le está dando a todo el
mundo de alguna manera. Pero por no dejar, tampoco está de más tomar en cuenta
las citas…
“Valorar
los aspectos positivos en los procesos de vida depende de tus interpretaciones
de los hechos y de las decisiones que tomas con base en esa manera de ver la
realidad. La meta no es ser feliz; la felicidad es una consecuencia. La meta es
vivir los procesos con emoción positiva y entusiasmo…”
“Hay
que considerar que todas las personas nos movemos sobre la base de determinadas
creencias positivas que tenemos acerca de nosotros mismos, de los demás y del
entorno. El hecho de carecer de estas creencias nos paraliza y por tanto nos
impide la acción. En otras palabras, si no creemos que podemos ser capaces de
conseguir “algo”, ya ni nos lo planteamos de forma seria…”
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