Me gustó aquella vez,
esa en la que pude procurarme la horizontalidad que un cuaderno necesita para servir de escenario a la tinta caída.
Ahí donde me confieso,
y donde la moral es la del deseo; del placer de la piel y sus matices, y del abanico que concede la caricia y toda su intensidad…
Me gustó aquella vez porque finalmente pudiste escapar del duro ejercicio del Sólo contemplar y porque pude verte sin verte.
Porque estabas justo ahí,
entre el infortunio de no tenerte y el delirio de siempre anhelarte…
Me gustó que aquella vez porque fui el único espejo para tu sonrisa,
y porque después de todo encontraste el roce del viento cada vez que te nombraba y suspiraba…
Me gustó escribirte;
me gustó imaginarte…