Andrés Eloy Blanco (Venezuela, 1896-1955)
Usted debe ser bella, Señorita;
tengo el deber de suponerla bella;
al menos en su libro lo asegura
la insegura verdad de los poetas.
Y sí no es bella, tendrá un alma grande
que es la expresión de luz de la belleza;
el rostro de la noche no es hermoso
sino la luz , que nos da en estrellas.
Mis versos en usted son más sinceros
que en todas las mujeres que han pasado a mi vera,
por el misterio, por la lejanía,
por lo que amamos en el mar la perla.
¿Verdad que es seductora esa ignorancia
y esa interrogación?: ¿quién será ella?
¿de qué ignoto color tendrá los ojos?
¿qué olor de campo llevará en las trenzas?
Y en la azorada urgencia de una cita,
cómplice de la noche y de la reja,
pensar, cómo bañados de presagios,
se le agrandan los ojos en la espera;
y soñarla cantando junto al río,
mientras un egipán de la ribera
se pregunta al oír su serenata:
¿será Diana en el baño, desmayada en Ofelia?
y pensarla armoniosa, entumecida
con el agua bendita de un Poema,
abrazada a la estatua del Ensueño
con florido vigor de enredadera;
y hacer, en fin, en torno de su vida
una decoración de las cosas bellas,
donde ella pase derramando flores,
como el resumen de la Primavera.
Esa atracción de lo desconocido
me seduce en usted de tal manera,
que para no matar esta ignorancia,
yo no quisiera nunca conocerla:
porque, al llegar a usted, puede la suerte
poner un desengaño en mi leyenda,
pues yo de las mujeres, señorita,
tengo el sentir de que no son muy buenas….
Prefiero, pues, no conocerla nunca,
pensarla hermosa, suponerla buena,
soñar con que el rescoldo de su pecho
guarda una brasa para los poetas.
Y sobre todo, suponerla alta,
que es mucho más que suponerla bella:
ser bello es ser flor, que dura un día,
ser alto, es ser estrella.