Suelo pagarle al terapeuta para que me ilumine
con mentiras nuevas. Hoy me decía, decía;
la verdad. Discutíamos sobre lo bueno que no está bien y sobre lo malo;
por qué peor pudiera ser. El discernimiento, dijo, está condicionado por pasiones, y las pasiones, por razones;
éstas, las últimas, son impuestas por condiciones: así creemos terminar lo que
no sabemos dónde empieza. ¿Quién impone
las condiciones? El clamor, por colectivo y por popular, este endulza a las
ganas para las tortas que nos ponen; bien sea con cifras no concisas o con
argumentos de mentira. Es un tema de
esperanzas secas, como el papel mojado, que igual poco queda. Se consumen
las críticas por repetidas y por estar en venta: hay que ocupar la mente en lo que los demás quieran; por eso caemos
en hablar de lo mismo, como lo mismo nos vemos con cada ropa nueva. Yo veo que
te gusta la moda, como a mi; y a
todos, pero no está de más darse cuenta; no es tan malo saber que pagas mucho
por lo que vale poco, y ni siquiera poco;
tú no sabes cuánto cuesta: tú eres público, como
todos los perfiles restringidos. Nos ilusionan y por eso pagamos, pero hay
paganos que no rinden cuentas, claro;
por eso esos no cuentan. ¿Tú sí cuentas?
Depende de cómo seguimos la cadena. Yo sólo
quiero ver caderas. Esa ha de ser tu condena. ¿Cuál? Seguir, más no alcanzar. Pero
me puedo alzar. Ni que fueras precio, ni que fueras preso; yo aprecio el contexto, pero ya es hora
de terminar…
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