Del leyendo y del rayando nacieron letras para
prestar algunas palabras. Recordé y recordaba si no fue primero inventado aquello
relacionado con el perdón, propio de Dios y de dioses, así como su ejercicio
tergiversado para los terrenales: la disculpa. Resulta interesante; la disculpa
como voto a la soberbia, siempre sincera por humilde…
Quien se disculpa (quien aprende a pedirlas) cumple
con su ego, lo reivindica; hace de lo grande grandeza (como diría Galeano) pone
su grano de voluntad en quien ha de aceptarlas: una persuasión evolucionada, un
truco social producto del talento humano; que
sigue siendo pero Recurso Humano dejó de ser; un gesto apropiado, una
victoria del convencimiento. Sea la
vanidad absuelta. Pedir disculpas también funge de presupuesto, una forma
de amortiguar al dolo presente que se consumará en el hecho futuro: la disculpa
se vende y se compra como muestra de humildad, como excusa que suele excusar a
quien debería mejor resarcir…
El plan de la venganza presupone una disculpa
aceptada para poder nacer. Te disculpo para que me permitas ofenderte (trayendo
aquello célebre del pedir perdón para pedir permiso) Quien acepta disculpas
también vende y compra su humilde soberbia: la magnanimidad…
Ahora bien. La duda: hay gente que, por
orgullo, ni pide ni acepta disculpas. Quizás la asumen como esos favores que
sugieren inferioridad por sucumbir. ¡Quién sabe!
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