sábado, 6 de agosto de 2011

El universo un hogar…




Te pienso al acariciarte, al oírte; al ver tu cuerpo hablar con mi alma. Así, contigo: te pienso y te siento al ver sonrisas en mis dedos sobre tu piel de día, de mañana; como cuando vamos a la noche, tu noche: con ese sabor de atardecer.

Como aquella vez, cuando compramos la luna a besos y reíamos por no saber qué hacer con Ella; dónde ponerla.

A veces se nos caen las estrellas de la cama; a veces hay que recogerlas…

Nos gusta soñar sin dormir y vivir sin despertar. Nos gusta cuando el mundo es sólo un cuarto y el universo un hogar…

viernes, 5 de agosto de 2011

Asíntota; por llamarlo de algún modo





Leía El Chamán de los Cunaguaros cuando me topé con la Leyenda del Roraima; la cual, supongo, ha de ser emocionante escuchada de la boca de un Pemón…


Roraima fue, según la leyenda; algo así como un árbol gigante (y debió haberlo sido, porque lo que vemos  es lo que quedó) el cual daba de todo a todos; incluyendo peces ¡Un árbol que da peces!
 
Los nativos se alimentaban de sus frutos, y la paz reinaba entre los grupos. Como humanos que son; fueron invadidos; antes que los Conquistadores, por la avaricia, por la envidia; por esas manifestaciones que se nos ha enseñado a llamar pecados.

Su Dios, que difiero que no sea también el nuestro; los castigó derribando al gran árbol. De esa caída, nada sencilla; se formaron los ríos y las selvas: se esparcieron los animales por todo el lugar.

El nativo se vio obligado a aprender a cazar, a procurarse una nueva forma de vivir; y cada vez que preguntaran (generaciones futuras) sobre el origen de su forma de vida; los abuelos se encargarían de revelarles esta verdad. Una verdad para la cual Dios les dejó la mitad del árbol: para nunca olvidar lo que dejaron de tener…


¿No se les parece a una historia conocida?


Ahora que leo "Así Hablaba Zaratustra" de Nietzsche, me topo con esto:
¿Se vio jamás un hombre pescando en las altas montañas? Pero, aunque lo que yo quiero aquí arriba sea una locura, aún vale más que si allá abajo me volviese solemne y me pusiese verde y amarillo a fuerza de esperar, - henchido de cólera a fuerza de esperar, - como una santa tempestad rugiente que viene de la montaña, como un impaciente que grita a los valles: ¡oigan, o los sacudo con el látigo de Dios!

¿No se les parece a una historia conocida?