En el edificio El Placer, ubicado en una
parroquia sobrepoblada, como ya varias hay en la ciudad; se postula un nuevo
vecino para presidir la junta de condominio durante el nuevo período. Ramón ha
venido siendo el presidente desde prácticamente su construcción, de hecho, con
el paso de los años, ya muchos propietarios han vendido y revendido algunos
apartamentos. Pocos preguntan sobre los oficios de Ramón, algunos ni saben
quién es él. Nace el auge de renovar a los miembros debido a lo que algunos han
acusado como una mala gestión: ya estamos
cansados; el primo es plomero y viene siempre a “parapetear” las tuberías, las
cuotas están muy caras, la mujer no trabaja y lo que se la pasa es de chisme en
chisme, y claro, como la hija mayor es abogado, y de paso tiene un buen puesto
en el gobierno; este cree que es el dueño de El Placer…
El virus del cambio se esparce y afecta incluso
a los recién llegados, se han animado hasta los pernoctas; y eso que sólo se les ve por la entrada cuando llegan a
dormir. Todos quieren un cambio, pero nadie le pone una cara al puesto de
opositor. Llega Douglas, arrendatario por algo más siete años, uno de esos
casos de los que alquilan un apartamento, su propietario se va del país; pagan
las cuotas por tribunales y ya lleva más de cinco años. Se postula y enseguida
todos lo aceptan. Ramón, por supuesto y por su parte, empieza, como dicen, a
sacar los trapitos al sol, a develar el curso de la vida de Douglas, a acertar
en dar con sus desaciertos, con su vida privada que ahora es pública. Se da
oficialmente inicio a la contienda…
Como es inevitable para la contraposición de
argumentos en una sociedad, no hay acuerdo, todo se limita a un bueno y un
malo, ahora Ramón no es tan malo para algunos pero para otros llegó la hora de
que se le remueva de la administración. Empiezan los fervores de la pelea de
gallos, cada quien con su Pataruco (y no
uso Coliseo ni Gladiadores, porque la historia trae consigo alguna
honorabilidad que en la política, simplemente no existe) La mujer de Ramón,
por ahí abren la llave de paso y la alta corriente de calumnias y certezas desventuradas,
y la hija, la hija resultó, por verdad o por veredicto, haber tenido algo, o no
haber tenido mucho, con Douglas. Resulta que el aspirante fue también
pretendiente. Nada de otro mundo, pero es tiempo de elecciones y el escándalo es
una grieta en la que se alojan los bichos del juicio y por donde más se nota el
sucio de una fachada…
Decide Ramón recuperar su poder y visita a cada
vecino, y como cosa rara, nadie lo rechaza, quien está lo recibe y quien no
quiere recibirlo se esconde, y esos justamente son los que más opinan. Douglas,
ávido de nuevas ideas, hace una fiesta en el gran salón, muchos contribuyeron,
y bueno, los que no van a votar fueron los que más la disfrutaron: los chamos de los propietarios, así se unen
las familias en una familia mayor (dicen
por ahí)
Nada cambiaba y la fecha se acercaba, Douglas,
finalmente, le propone un duelo intelectual y administrativo a Ramón, una asamblea
extraordinaria para derogar procedimientos de antaño y proponer, con la participación
de los vecinos (como siempre) nuevas
fórmulas que serán la solución y el encuentro de una mejor gestión. El vigente rechaza
y los adeptos del aspirante se enervan, con los acostumbrados al actual y con
todo lo relacionado al mismo. Los copropietarios empiezan a odiarse, sus hijos
a amarse, Douglas vuelve a salir con la hija del presidente y Ramón vuelve a
ganar porque los que más opinaban, no votaron. Se oía mucho: es que la gente no es seria, una junta seria
hace debates…