El pecado, dependiendo quien lo cometiera, era una forma de liberación. Se cuenta por ahí que algunos sacerdotes despojaban a una mujer impura de su maldad practicando con ellas acto sexual el cual, a según, ellos estaban en capacidad de redimir. El fuego hacía arder a la herejía. El dolor físico depuraba a la contradicción. La humillación creaba conciencias. Y un poco más acá, las disculpas pueden nacer por la vía de la difamación. Anteriormente algunos podían ejercer el oficio de jueces, y eran estos entonces, dependiendo de la corte que los proclamara, los licenciados para juzgar. En algún momento de la historia el veredicto se tornó palabra sagrada y más allá de someterse a legislaturas se sometía a los criterios, lo que trajo como consecuencia la personalización del juicio y por ende su subjetivación. La cultura global nos ha venido diciendo que lo malo en un lugar no tiene porqué ser malo en otro, y que el criterio para juzgar puede variar según la cultura, así que es por la cultura con la que se da con el criterio y el criterio con el que se puede juzgar y con lo que se juzga conseguir justicia y conseguir justicia para poder llegar a la liberación. En una letra de cambio el librado es quien debe pagarla, sin embargo el librador es quien la emite. Una relación un tanto lejos pero un poco cercana a la del imputado en un proceso judicial, el cual debe pagar, pero sin ser librado; liberado, en tal caso. La condena es una forma de pago y por supuesto una también de liberación. Entre librados nos conocemos y entre nuestros libradores nos reconocemos, así parecemos funcionar culturalmente, lo que se traduce a una sociedad muy nuestra. Los libradores imponen sus creencias y los librados nos las creemos, todo para que demos con la liberación. Lo que no nos dicen es cuál es la condena aún cumpliéndola y a veces ni conocemos nuestros libradores…
Nota: la imagen que encabeza este escrito es una fotografía tomada al cuadro que Gregor Grassi pintó para Soraya y para Orlan. Gracias a él por ese regalo. Gracias a ustedes por llegar hasta aquí...