Introspectivo, o más bien “¿Cómo
les explico que necesito odiarlo?”
“Hay gente que afirma amar a la
humanidad, otros responden acertadamente que sólo se puede amar en singular, es
decir a personas concretas; yo estoy de acuerdo con eso y añado que lo que vale
para el amor vale también para el odio. El hombre, ese ser ansioso de
equilibrio, compensa el peso del mal que cae sobre sus hombros sobre el peso de
su odio. Pero intenten orientar el odio hacia la mera abstracción de los
principios, hacia la injusticia, el fanatismo, la crueldad, o si han llegado a
la conclusión de que lo odiable es el propio principio de la humanidad, ¡traten
de odiar a la humanidad! Este tipo de odio es demasiado sobrehumano y por eso
el hombre para aliviar su furia (consciente de la limitación de sus fuerzas),
termina por orientarlo siempre hacia un individuo…” sin importar cuán
cercano sea y aunque quizás pueda ser circunstancial… claro, desde la
perspectiva del sujeto. Pero antes de esto, Kundera también toma la perspectiva
del objeto, o de quien es objeto a partir de la imagen que los demás se hacen
del mismo (de uno, en este caso)
“Comencé a comprender que no habría fuerza capaz de modificar esa imagen
de mi persona que está depositada en algún sitio de la más alta cámara de
decisiones sobre los destinos humanos; comprendí que aquella imagen (aunque no
se parezca a mí) es mucho más real que yo mismo; que no es ella la mía sino yo
su sombra; que no es ella a quien se puede acusar de no parecérseme, sino que
esa desemejanza es culpa mía; y que esa desemejanza es mi cruz, que no se la
puedo endilgar a nadie y que debo cargar con ella…” A partir de su delirio, y del mío, se explican
ciertos silencios:
“…tengo dentro de mí un sistema
de seguridad contra la vergüenza que funciona muy bien y me impide abrirme
demasiado ante la gente, manifestar mis sentimientos delante de los demás; y leer
versos no sólo me da la impresión de estar hablando de mis sentimientos, sino
que además es como si al mismo tiempo estuviese haciendo equilibrios sobre una
sola pierna; esa falta de naturalidad implícita en el mismo principio del ritmo
y la rima, me llenaría de confusión si me entregase a ella sin estar solo…”
Fragmentos de La Broma, de Milan Kundera