martes, 10 de febrero de 2015

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Saludos, muchachos. Hoy como cada mañana, he venido a dejarles mi selección de titulares a propósito de las vicisitudes  por las que está pasando la nación. Un sinfín de muertos que suman puntos a las razones por las cuales, durante el día, siempre me quejo; y es que cada día son más y más: la inseguridad nos está matando, y no es una sensación (de hecho esto es cierto, pero el delirio no trata de eso; simplemente, un tema de respeto para aquellos dolientes que no ven sus muertos en números si no en nombres y vivencias, y que de ahora en adelante, sus vidas ya no serán como solían ser…) Las tablas comparativas nos dicen que este año y para esta fecha, ya se trata de casi el doble de víctimas con respecto al año anterior. Y es que la administración es pésima, pero espera, tenemos también estos amigos que la defienden, seguro están ciegos. Según ellos eso es culpa de la incultura, del capitalismo voraz que consume al pueblo en drogas, alcohol y consumo de necedades. Pero bueno, no vamos a entrar en discusión con ellos, por más que sea, son nuestros amigos de toda la vida. Ayer acompañé a unos activistas y pudimos captar al menos unas diez fotos de gente haciendo cola para conseguir productos de la cesta básica. Qué calamidad, sinceramente. Hay analistas que dicen que ya esa gente está harta, que un día va a colapsar y ese día pues el gobierno temblará. La semana pasada intentamos por horas hacer un consumo en divisas, esa migaja que nos dan por ciudadano y, no pudimos; según leí: el gobierno no ha bajado los recursos. Demasiada ineficiencia y desorden, no entiendo cómo hay gente que los apoya… ah, sí: resentidos. Gente que disfruta ver que a otros les va mal… Bueno, hoy es la rumbita esa de despedida de las chicas, ¿cierto? Bien. Allá nos vemos. Hay que cuadrar algo chévere, miren que ya tenemos los carnavales encima. Tenemos que ir comprando las cosas desde ahorita, qué y que van a dictar ley seca. Nos llevamos las nominadas; las películas: sí, las conseguí todas. Mi carro está dañado, pero yo resuelvo eso, tranquilos. Lleven musiquita que después no quiero queja de que sólo pongo lo que a mi gusta… (No es ánimo de estas líneas el despotricar de lo que podría considerarse: una conducta convencional. No. En lo absoluto. El presente delirio tiene como finalidad, si es que se logra, el mostrar que el día a día es la mezcla de vivencias personales contadas en primera persona, y que los hechos que nos agrupan por la vía de la afectación, difícilmente se ponen en perspectiva. Pero por qué, me pregunto, y quizás también puedo responderme: porque tenemos un asunto con la velocidad, velocidad ésta que nos lleva al tiempo…

El hecho noticioso se nos desborda por todos los dispositivos electrónicos. La publicidad también. En más de una oportunidad he escuchado eso de que: somos lo que consumimos, y dentro del consumo, como fin de la economía, también se encuentra lo que leemos. La lectura también funge de canal a la hora percibir. Entonces nos vamos a la física: distancia es igual a velocidad sobre tiempo, y si como leemos pensamos; afirmación también bastante discutida: pues por qué hemos de criticarnos tanto. La distancia entre nuestros pensares y actuares se percibe, tal vez, por una división entre la velocidad y el tiempo; factores éstos con que renovamos ansiedades…)


Saludos en letras

viernes, 6 de febrero de 2015

Fue o pudo haber sido


“Después de todo, nuestra modernidad, inmersa como está en la tecnología aunque irregularmente y dependiendo de dónde nos situemos en el mapa, es tan sólo el último capítulo de una larga saga que realmente comenzó con la separación gradual entre Io natural y Io divino a principios del Renacimiento. Es allí, en la ruptura fundamental entre un mundo espiritual y otro material que hasta entonces habían permanecido indisociables, que reside el origen de Io que en Occidente se llama modernidad…” Bajo las líneas y subo cierta curiosidad, una causa casual aparentemente: “Desde el punto de vista social, la construcción de infraestructuras supone diferentes repercusiones, ya que modificando el espacio que contiene las actividades económicas y las formas de vida, no sólo se afecta a la morfología territorial, sino también, y profundamente, a la sociedad: provoca o acelera la mutación de las estructuras y de las dinámicas de los colectivos afectados. El proceso de transformación social está determinado por el ritmo de la construcción y acusado por el hecho de tratarse de una intervención planificada por instancias externas…” Más adelante encontré que tal transformación social, puede ser irreversible. Bien, he combinado dos lecturas; una causa casual aparentemente: Las construcciones, o lo que queda de ellas, nos hablan. Nos hablan con su edad, con su historia, y con su historia nos dicen lo que fueron (o pudieron haber sido) y obviamente: ya no son, dejaron de serlo…
“El Estilo Internacional conoció su momento entre principios de los años cuarenta y finales de los sesenta, cayendo rápidamente después en el desuso y el olvido. Estos últimos fueron lentos, pero seguros: a pesar de su lenguaje futurista, la arquitectura modernista se fue marchitando poco a poco, cambiando su colorido lustre por una erosión paulatina, versión urbana de esas ruinas que la jungla va lentamente recubriendo hasta hacerlas desaparecer casi del todo. De igual manera, esta arquitectura desapareció de vista, en parte porque sus propuestas ideales no se ajustaban a la realidad habitacional para la que fuera construida (el caso de los grandes bloques obreros, verdaderos enjambres aislados y alienantes) entrando en conflicto directo con sus usuarios, prisioneros de un racionalismo cuya integridad justificadamente vejaran; en parte porque la visión que le diera nacimiento fue prontamente superada, quedando así sus vástagos sometidos a la implacable competencia del tiempo y la moda. En suma, si bien las construcciones modernistas permanecieron en pie, lo hicieron a expensas de sí mismas: abiertamente abandonadas o simplemente ignoradas, pasaron a conformar una capa más del espeso tejido urbano, convirtiéndose en una especie de telón de fondo modernista frente al cual las ciudades continuaron evolucionando y sus transeúntes paseándose ciegos e indiferentes…”
Deliramos: caminamos por la ciudad y la ciudad nos muestra su evolución a través de sus ruinas, éstas últimas, construcciones de progreso de un tiempo que ya pasó. La ciudad vibra y nos transmite su sentir (quizás de ahí que tanta gente haya optado por la moda ésta de desear Buena Vibra, pero ese es otro tema) Captamos el mensaje y lo vivimos en idiosincrasia, en ideología; y luego sufrimos de ansiedad. Y por la ansiedad nos quejamos, y cuando las quejas son mudas ante los oídos de nuestros gobernantes, nos desesperamos, en silencio, frente a un dispositivo electrónico, consumiendo moda para consumar de algún modo el llenado de nuestros vacíos. Vacíos que pueden ser desgracias, y esto me recuerda a una canción de U2 en donde Bono canta: “en mis sueños ahogaba mis desgracias, pero mis desgracias aprendieron a nadar…” Una causa casual aparentemente: la canción se llama hasta el fin del mundo

Citas: http://www.celesteolalquiaga.com/modernidad.htm “Las Ruinas del Futuro”