Suelo
preferir la fecha de publicación a la fecha en que las líneas son motivadas. La
cosa es que a veces la posterioridad hace de las suyas. Por eso trato de no hablar
de fechas en el contenido, pero hoy lo voy a hacer: estamos a jueves, once de
junio del año dos mil quince, a la una de la tarde aproximadamente. Hoy pude
ser testigo de cierto acontecimiento de interés nacional, además, pude también
presenciar cómo el mismo es manejado desde las redes sociales. De ponerlo en
una sola palabra, la palabra es “obsceno.” Ya expuse algo al respecto mi
entrada anterior. La obscenidad no la da el hecho en sí, al menos no el caso de
hoy, no: la obscenidad está en ese otro lado del hecho que da vida a los
comentarios impertinentes, y es que es al final esa impertinencia, la que viaja
de las mentes a las bocas de todo aquél que no fue testigo sino que,
supuestamente, con la finalidad de informarse, ha acudido a los medios a creer,
según su ideología (porque ahora todo es según la ideología) qué fue lo que
pasó para de ahí opinar y llenar a la percepción local de un morbo que será, al
final, el hecho noticioso que todos alojarán en sus memorias. Hay un derecho,
sí, claro, todo ciudadano tiene derecho a exigir el cumplimiento de un
procedimiento a la autoridad competente, pero también toda autoridad competente
tiene el deber de cumplir con otros procedimientos para la salvaguarda de los
ciudadanos, así no sea de su competencia... Eso hace a una huelga reprimible, así como el uso de la
violencia (reprimible también) que funge de instrumento para una paz con
rencor, eso es verdad; independientemente de si se está de acuerdo o no, ese es
el problema, el desacuerdo: cuando todos tenemos la razón todos nos equivocamos.
Ya he dicho que la razón no es un bien sino una balanza, entonces me pregunto:
quién la inclina a su favor esta vez. El mañana nos dirá. Por ahora y por lo
tanto, me quedo con el delirio del regalo y de la donación, porque estoy medio
loco, porque el olor de la psicoesfera
no es polvo sino mierda, porque la sabiduría hiperbórea empezó con el
nihilismo, verga, no lo sé; pero ya es un hábito cuestionarse y por eso lo de
hoy es confuso, porque no era lo que tenía en mente para escribir. Lo que tenía
en mente lo escribí primero, pero a ustedes se los coloco después. Un después
que es ahorita y un ahorita que es a continuación:
Con
el tiempo hemos quedado claros en cierta confusión; tenemos, por decirlo así,
un mal manejo contextual de lo que representa el hacer; sí, el hacer: un
presente, una donación o el patrocinio. Le damos mucha importancia a la cuantía
de un regalo cuando el gesto es lo que vale, como leí por ahí: el regalo no es la caja sino las manos que
lo entregan. Bueno, algo así, pero ese es el punto, banalizamos el detalle
por el detalle mismo poniéndole un precio y puesto dentro del mercado. Ah, y ni
hablar de connotaciones socioeconómicas: esto
no lo tiene todo el mundo. En fin, esa es nuestra primera confusión. La
donación, por otro lado, es esa en donde sí debe importar qué se da, cuánto,
cómo, por qué y para qué. Pero no, ahí no importa: lo que sea es bueno, no, también se banaliza, porque entonces es
como si se diera limosna y la limosna es un vicio: gente que se acostumbra a
que le den sin hacer nada por ello y gente que se acostumbra a dar porque,
porque cumplen con su desprecio, no sé, porque sienten una lástima ahí perversa
que los pone por encima del que pide y entonces, por unas monedas, los que dan
se sienten benefactores. Bueno, la donación no es eso, ni nadie es más chévere
porque done, la donación tiene un propósito, y en ese propósito hay una ayuda y
usted entonces sabe que el dinero que dio para esa cuenta ayudaba a pagar una
operación, y luego, cuando ve aquel niño o aquella anciana recuperados,
entiende que su donación ayudó, por eso ahí sí importa qué y cuánto se da, y
usted sabe también qué se hizo, y bueno, luego si se quiere, podemos sentirnos
bien con nosotros mismos, como cuando damos un regalo que nos fue apreciado,
valorado a pesar del estatus y del comercio: esto era lo que yo quería, gracias… Ahora, el patrocinio, el
patrocinio es en el que convergen, o deberían converger, las confusiones del
regalo o presente y de la donación, porque al patrocinar, sí hay un interés
mutuo, socioeconómico, acorde a los designios del comercio… creo que deberíamos
replantear estos gestos, este hacer de la gente. Creo que estar más claros en
eso pone nuestros sentires en un plano distinto y más distinto todavía al
dinero inmerso…