jueves, 26 de noviembre de 2015

Una suerte de capricho eso, eso que llamamos convicción…


Cosa sublime ésa de creer para sí lo emanado de alguien, mas, cuando ese alguien se refería a alguien más. Así de ilusas son las convicciones, o los caprichos, quién sabe. El Caribe, o el mar, ha hecho de nuestros puertos nuestra forma de percibir las cosas, y pareciera que en cada cabeza hubiese un puerto, distinto al refrán ése: cada cabeza es un mundo. Pues no, podría ser más bien: cada cabeza es un puerto… y el mar nos trae, y del mar recibimos… luego; luego aprendemos; pero en ese proceso se pasa un tiempo, no es rápido, o instantáneo, al contrario: hay que sumar muchísimos instantes para que, de los patrones que pudiéramos establecer, poder pensar, reflexionar... pero mientras, mientras esperamos qué nos trae el mar: izquierda, derecha, dictadura, desamor con democracia, qué se yo, yo apenas me hago mi propio muelle, a ver si soy capaz de entender algo un poco más allá de lo que puedo leer… y puede que en las palabras esté la cosa, porque no sé cómo explicar lo que siento, pero percibo algo; y es que ese algo, alguien: puede que no tenga que ver conmigo, o con nosotros; si es que tú piensas lo mismo, pero uno se empecina, uno no espera que lleguen a su muelle, uno empieza a pegar gritos a cuestas en las costas… y gesticula: deformamos el rostro en muecas que ni entendemos: a éste qué le pasa… todo porque vemos que el mar algo trae, algo asoma y queremos llegue primero a nosotros, a mi muelle, luego corremos a tierra firme, más bien al valle, a exhibirnos unos a otros lo que el mar prácticamente nos trajo a todos pero sólo a algunos les llegó al muelle, así empezamos a envidiarnos, porque es así: cuesta reconocer el esfuerzo de un individuo. Estamos acostumbrados a recibir del mar… cosa sublime ésa, creer para sí lo emanado de alguien…

jueves, 1 de octubre de 2015

uróboro




Una duda con llave, para las puertas de mi percepción: ¿vale la pena? No, sinceramente; pero el guayabo colectivo y circulante de todos los días, de los extraños y de la familia, te envuelve en una suerte de simpatía depresiva y por ahí te solidarizas… conjugamos al entristecer en todas las personas: tú, él, ella, ellos, nosotros, y me incluyo… se convierte en tu moda intrínseca: me gusta estar triste… y es que es cómodo, es hasta alegre, relajante; no poder (o no querer) hacer algo, a propósito del factor entristecedor, te otorgará indiferencia con el tiempo, así te acostumbras a que eso es normal… y entonces viene alguien y se alegra. Epa: ¿acaso es por estar triste? No, sinceramente; pero el guayabo colectivo y circulante de todos los días, de los extraños y de la familia, te envuelve en una suerte de envidia opresiva y por ahí criticas; invitando a todos a conjugarse, para así poder incluirte; porque eso que ves en el otro lo podrías ver en ti, pero te desprecias, y por eso desprecias que ese otro a su vez no se desprecie también: no lo toleras; y luego te enfureces: porque quienes no se conjugaron en tu normalidad ahora sientes que te abandonan, y de ése abandono renace un miedo primario: ¿es culpa de tu infancia? No, sinceramente; pero el guayabo colectivo y circulante de todos los días, de los extraños y de la familia, te envuelve en una suerte de pretexto inquisidor y por ahí te acreditas… te otorgas el derecho a auto compadecerte, sin dejar que nadie más se conjugue; cerrando todas las puertas, y dejando a la duda sin llave…