El problema del adicto son las dosis recomendables. Antes bastaba un poco un poquito y no tanto, ahora tanto es tan poquito y tan poco. El deseo de estar tranquilo a partir de los momentos hace del todo una nada y para nada del todo…
Victorias morales de bajo costo se pagan a un alto precio, sin descartar que siempre se ha de pagar por cada derrota. Perder cuesta cada intento y ganar cuesta más derrotas de las que se han tenido. Es cierto que la moral y esta vida en sociedad no son susceptibles de valoración en premios; mucho menos son parte de un macabro torneo en la vida: ¿Pero quién no compite? ¿Quién no hace que su voluntad se imponga ante los supuestos apreciados queridos?
Se compite desde que se fue espermatozoide y es obvio que los victoriosos, es decir, nosotros, no ayudamos ni recordamos haber sido conmovidos por no ayudar y ver morir a quienes estuvieron una vez en las mismas condiciones de supervivencia…
La felicidad como adicción cuesta, y cuesta cada vez más. Lo malo es que nadie está tranquilo siendo infeliz; la vida no deja de ser un gran óvulo y al parecer, no hemos dejado de querer imponernos para una supuesta vida mayor, y digo mayor porque no sé hasta que punto sería una vida mejor…