lunes, 19 de agosto de 2013

Una imagen vale más que mil palabras (dicen por ahí)


Erraba cual pirata por los confines del ciberespacio buscándome algunas líneas que me dijeran algo sobre las personas que toman fotos a sí mismas, el porqué de las poses que ponen, la razón de sus gestos, la atención o descuido del fondo de la imagen, cuándo lo relevante es la persona, su rostro propiamente; incluso partes de su cuerpo. Conseguí que el nombre apropiado es el de autorretrato, como las pinturas, pero con novedades tecnológicas amateur. El título me llevó a un nombre; Amparo Lasén, y el nombre me llevó a un trabajo:

“A través de los autorretratos los cuerpos aparecen inscritos en las fotos (…) Favoreciendo por tanto la aparición de otras inscripciones en forma de textos o imágenes. El desarrollo y aprendizaje de la práctica, de la que forma parte la observación y valoración de otros autorretratos, contribuye a inscribir los cuerpos en el sentido de contribuir a darles forma y capacidades (…) las fotos pueden proporcionar un reflejo más amable que el del espejo.
Por otro lado las miradas ajenas pueden ser más amables que la propia, y aquellas cuya apariencia no se conforma a los cánones de la belleza mediática, pueden sorprenderse con los piropos ajenos o buscarlos para reconfortarse. De manera que estas formas de reconocimiento público constituyen en muchos casos, intentos por reconciliarse con el propio cuerpo y la propia apariencia a través de la mirada del otro. La exposición a la mirada de extraños nos hace descubrir en muchos casos el atractivo que podemos tener, fuera de los cánones y de nuestras expectativas…”

La necesidad de autorretratarse obedece a búsquedas de aceptación a través del contemplar ajeno. Nuestros ojos pueden ser muy crueles cuando miramos al espejo de frente; cosa que podría explicar algunos aspectos de nuestra inseguridad y también podría hacernos ver (y esto es lo que más me emociona de la lectura) cómo formamos ese “yo mismo” a partir del “tú” que viene de los terceros…

Una imagen vale más que mil palabras (dicen por ahí)

jueves, 15 de agosto de 2013

Amor amenaza y amenazo amar…


"Los valores amados por un individuo le parecen a éste que están amenazados…" Ahí es cuando empieza a gustarte ese opuesto complementario que sale a flote cuando viven nombrando al otro...

"La imaginación sociológica permite tener en cuenta cómo los individuos, en el tumulto de su experiencia cotidiana, son con frecuencia falsamente conscientes de sus posiciones sociales." Por lo que siempre hay algo de moda que enmudece una sensación de pertenencia, eso explica cómo algo que no existía ahora determina tu felicidad, es como un amante ideal, tu pareja, una persona que ha entrado a tu vida y la conviertes en una necesidad...

"Supongamos, en fin, que (el individuo) no sienta estimación por ningún valor, pero que, no obstante, perciba agudamente una amenaza. Ésta es la experiencia del malestar de la ansiedad, la cual, si es suficientemente total, se convierte en una indisposición mortal no específica." Esto otorga un valor catártico a la crítica y a su descendencia, que son esas ganas de despotricar...

"Los fines de los hombres muchas veces son meras esperanzas, pero los medios son realidades controladas por algunos hombres." A ello, un tema de conjugación: el "yo quiero" abraza en silencio al "lo que ellos quieran."

Nos permutamos: cuando ellos dicen, yo hago, cuando yo digo, ellos hicieron...

 

Citas de CHARLES W. MILLS, “Las fuentes del poder en la sociedad”

martes, 13 de agosto de 2013

Querer es poder para las ranking societies…


Se infiere, por razones del lenguaje más no de la costumbre, que una persona sin alma es un desalmado. El prefijo sugiere una extracción, y siendo así, la carencia es un estado resultado con lo que nace una duda: ¿quién nos la extrae? Pero se trata él, y sin embargo la pregunta pierde sentido con el género; el alma también carece, y así nos ausentamos recíprocamente a partir de un delirio impuesto, sentido, sugerido e invisiblemente aceptado. Buscamos la redención en las competencias, y ahí es donde entran las tablas y las carteleras, para figurar y saberse encima de quién estamos. Nos formamos y configuramos en el buen gusto partiendo del mal gasto; porque podemos querer, pero las ansías no abren las posibilidades, el engaño nace con la ilusión de procuradores…
 
Se da inicio a las perspectivas, para lo que vale y merece resaltar:

 
 
 

lunes, 5 de agosto de 2013

vestigios de una costumbre


El hecho de que una medida sea tomada no implica su internalización. Como acto de justicia, siempre para la sociedad, se eliminan los carteles en los que leíamos reservado el derecho de admisión. Esto da a entender un reconocimiento a la discriminación y por lo tanto una mejora: todos caben, pero hay un tema de espacio, sea aforo o capacidad, y ahí se nos presentan los vestigios de una costumbre: qué tan reservado es el derecho de admitir, qué tan admitido ha dejado de ser el derecho de reservar; cuál es el derecho que se reserva una admisión. Quién tenga cabida, que deje entrar, y quien tenga portales, pues que los abra; así entra la discreción nada discreta a la hora de elegir…
 
Dejar para sí puede evocar un atesoramiento haciendo del permiso un privilegio: esto lo he hecho sólo contigo, nunca antes me había pasado…  Insistir, hasta el punto de constreñir, trae consigo una atribución otorgada: Si pero, no pero; quizás pero… Y llegamos, a punta de silogismos, retruécanos o pleonasmos, a querer para sí, o a no querer porque preferimos: tú no lo decías así, así que no es lo mismo… Por ahí presumimos que el nacimiento de una excusa no es más que reservarse el derecho de admisión, pero en los que atesoran; los presumidos, la excusa podría fungir de propaganda, como para que el resto suponga un valor más alto hacia lo atesorado…