martes, 9 de abril de 2013

La mejor imagen, el mejor mensaje...


Parte del nuevo protocolo en la mesa,
desayuno, comida
o cena de negocios,
trabajo o de placer,
consiste en que el teléfono no se pone sobre la mesa
y menos se revisa mientras se come.
Para evitar interrupciones
se pone en silencio
y si es urgente atender,
se levanta de la mesa...

Tomado del perfil de Agustín Barrera


lunes, 8 de abril de 2013

Con placer…





Dos personas se encontraron perdidas pues en la tregua consiguieron la batalla de la guerra que no querían y las incluía. Empezaron a pensar, aprovecharon para moverse en las pausas; se daban tiempo y se respondían…  cuándo se sabe que el gasto no es una inversión – se preguntaban – si de momento todo urge como las ganas. Es después del uso que el desuso es constante. Siempre queremos estrenar pero, para qué exactamente. Cómo es que lo nuevo es necesario. Complicado. Complejo. Cómplice. Complaciente. Complementario. No sabemos saberlo pero sí necesitarlo. Alguien dice qué y sus cuándos con los cómos adónde y a quiénes; nosotros anhelamos ser los quiénes y pagamos el cómo donde y cuando nos den el qué y querernos cumplidos por habernos satisfecho. Luego se repite el ciclo con un qué nuevo seguramente del mismo Alguien…

viernes, 5 de abril de 2013

De lo mejor que he leído…



Como teníamos miedo, nos veíamos cada día. Comíamos juntos, pero el miedo permanecía a solas en cada mente, como antes de encontrarnos. Pero el miedo se escapa. Si controlas la expresión, se te cuela en la voz. Si consigues controlar la expresión y la voz como si de un pedazo de carne muerta se tratara, se te cuela en los dedos. Se te adhiere a la piel. Se escapa y lo ves en todos los objetos a tu alrededor.
Sabíamos dónde estaba el miedo de cada uno, porque hacía tiempo que nos conocíamos. Con frecuencia no nos soportábamos, porque nos necesitábamos. No nos quedaba más remedio que herirnos mutuamente.
Tú con tu mala memoria. Tú con tus prisas y tus tardanzas. Tú con tu tacañería. Con tu grosería. Tú con tu hipo y tus estornudos, tus camisas, tus calcetines, decíamos.

Necesitábamos la rabia de palabras largas que nos separasen. Las inventábamos como maldiciones para crear distancias. Nuestra risa era dura, nos clavábamos el dolor los unos en los otros. Tardábamos poco, porque nos conocíamos a fondo. Sabíamos a la perfección qué dolía al otro. Nos excitaba que el otro sufriera. Queríamos que se desmoronara por el peso del amor en estado puro y percibiera su escaso aguante. Cada insulto era el preludio del siguiente, hasta que por fin el insultado callaba…

El miedo nos había permitido penetrar en los otros más de lo que está permitido. En aquella confianza tan profunda necesitábamos el cambio que se produjo de improviso. El odio podía pisotear y destruir. Segar el amor en la intimidad, porque el amor volvía a crecer como la hierba alta. Las disculpas borraban los impulsos con la rapidez con que se contiene el aliento…