Siena, hija de Pancho y Roberta, hereda el negocio de sus padres. Con el sol como patrón para su abrir y cerrar de ojos, esta señorita se dispone a procurarse el sustento en una sociedad de árboles, frutos, y una doble vía que de cuando en cuando le dejaba algún pensamiento y un poco de dinero…
La noción del tiempo le llegó un día cualquiera que bajo la supervisión de su jefe, se detuvo una pareja cansada y ansiosa por unas mandarinas. Siena recibía, junto con algunas monedas, un calendario y la información necesaria para empezar a contar a partir del doce de enero…
Cada vehículo que paraba por la recolección temprana de Siena, le dejaba un presunto objeto de palabras, producto de su insaciable curiosidad. Conoció nombres distintos, familias distintas, amigas y amigos en grupo; uno que otro libro, uno que otro piropo…
Siena logró conseguir una especie de deleite, que se basaba en juzgar a las personas por los vehículos que usaban al llegar a ella. Advertía que un auto gigante, casi siempre iba manejado por un hombre, y que estos eran susceptibles de ser clasificados en amables y groseros querendones. Algunos de los carros lucían muy bien conservados; de estos solía salir alguna mujer de cierta edad, por lo general muy amable y con muchas preguntas personales. Le encantaban esos vehículos con familias completas, ya que la mayoría de las veces conocía niños que le regalaban sonrisas; a veces las suficientes para estar contenta el resto del día…
Hubo tiempos en que el Patrón necesitaba aumentar las ventas, y a espaldas de Ella, se reunía con algún colega para dibujar hoyos en la carretera y así hacer que más vehículos se detuvieran por su parada. En esos momentos, Siena tenía más trabajo que el de costumbre, y aunque le daba más dinero, se le reducían los diálogos y la colección de nuevos pensamientos…
Los ángeles del estado, a veces de parte del Sol, a veces en contra del mismo; arreglaban la carretera para evitar que tantos autos se detuvieran por aquel lugar; al menos así lo veía Ella...
Un día, un hombre de auto gigante la enamoró, la hizo madre, la llevó a las cercanías de la Ciudad; que era de poco interés para Ella. De esta manera, la colección de pensamientos se convirtió en recuerdos que revivían por las noches cuando sus ojos cerraban y sus sueños despertaban…
La noción del tiempo le llegó un día cualquiera que bajo la supervisión de su jefe, se detuvo una pareja cansada y ansiosa por unas mandarinas. Siena recibía, junto con algunas monedas, un calendario y la información necesaria para empezar a contar a partir del doce de enero…
Cada vehículo que paraba por la recolección temprana de Siena, le dejaba un presunto objeto de palabras, producto de su insaciable curiosidad. Conoció nombres distintos, familias distintas, amigas y amigos en grupo; uno que otro libro, uno que otro piropo…
Siena logró conseguir una especie de deleite, que se basaba en juzgar a las personas por los vehículos que usaban al llegar a ella. Advertía que un auto gigante, casi siempre iba manejado por un hombre, y que estos eran susceptibles de ser clasificados en amables y groseros querendones. Algunos de los carros lucían muy bien conservados; de estos solía salir alguna mujer de cierta edad, por lo general muy amable y con muchas preguntas personales. Le encantaban esos vehículos con familias completas, ya que la mayoría de las veces conocía niños que le regalaban sonrisas; a veces las suficientes para estar contenta el resto del día…
Hubo tiempos en que el Patrón necesitaba aumentar las ventas, y a espaldas de Ella, se reunía con algún colega para dibujar hoyos en la carretera y así hacer que más vehículos se detuvieran por su parada. En esos momentos, Siena tenía más trabajo que el de costumbre, y aunque le daba más dinero, se le reducían los diálogos y la colección de nuevos pensamientos…
Los ángeles del estado, a veces de parte del Sol, a veces en contra del mismo; arreglaban la carretera para evitar que tantos autos se detuvieran por aquel lugar; al menos así lo veía Ella...
Un día, un hombre de auto gigante la enamoró, la hizo madre, la llevó a las cercanías de la Ciudad; que era de poco interés para Ella. De esta manera, la colección de pensamientos se convirtió en recuerdos que revivían por las noches cuando sus ojos cerraban y sus sueños despertaban…