lunes, 26 de agosto de 2013

Madruguístico…


La locura cuando no se puede gritar, se escribe, y últimamente es recurrente documentar los pensares ya que es probable que asumamos que, si hoy en día las fotos son las que conversan, sean las letras entonces las conserven a los momentos. El viento no echa a volar las páginas de las computadoras… Entre la verdad y la mentira, la última es la más fácil de conjugar: yo miento y ellos mienten; quizás la balanza se justifica en el creer: tu mientes y yo te creo. La verdad hay que expresarla pero al creerla también puede ser mentira: habrá que confirmar lo que se conjuga y creer lo que expresa. Un verdadero instrumento para la sumisión cuando se usa desde la fuerza… Podemos dudar de nuestros códigos, por qué no. La verdad no es la que existe ya que hay que descubrirla, y la mentira, si se cree, entonces es una verdad, por lo tanto, lo que podemos hacer verdaderamente es mentir, porque cuando dudamos la verdad puede ser mentira y cuando creemos la mentira puede ser verdad… ¿Pero cuándo se duda, o cuándo se cree?, ya entramos al terreno de las posiciones, de las perspectivas o enfoques: ¿de dónde viene el argumento? O mejor aún: ¿de quién? El interlocutor es la respuesta, así que creeremos o dudaremos dependiendo quién es la persona que nos lo está diciendo… pero no siempre estaremos en el puesto del buen oyente, también seremos buenos hablantes sea que mintamos (o mentemos) así que por lo visto también dudaremos por este lado: ¿nos creen? Si es no, crearemos, y de ser sí, recrearemos…

Saludos sinceros que espero que me crean (y el espero es de expectativa)

lunes, 19 de agosto de 2013

Una imagen vale más que mil palabras (dicen por ahí)


Erraba cual pirata por los confines del ciberespacio buscándome algunas líneas que me dijeran algo sobre las personas que toman fotos a sí mismas, el porqué de las poses que ponen, la razón de sus gestos, la atención o descuido del fondo de la imagen, cuándo lo relevante es la persona, su rostro propiamente; incluso partes de su cuerpo. Conseguí que el nombre apropiado es el de autorretrato, como las pinturas, pero con novedades tecnológicas amateur. El título me llevó a un nombre; Amparo Lasén, y el nombre me llevó a un trabajo:

“A través de los autorretratos los cuerpos aparecen inscritos en las fotos (…) Favoreciendo por tanto la aparición de otras inscripciones en forma de textos o imágenes. El desarrollo y aprendizaje de la práctica, de la que forma parte la observación y valoración de otros autorretratos, contribuye a inscribir los cuerpos en el sentido de contribuir a darles forma y capacidades (…) las fotos pueden proporcionar un reflejo más amable que el del espejo.
Por otro lado las miradas ajenas pueden ser más amables que la propia, y aquellas cuya apariencia no se conforma a los cánones de la belleza mediática, pueden sorprenderse con los piropos ajenos o buscarlos para reconfortarse. De manera que estas formas de reconocimiento público constituyen en muchos casos, intentos por reconciliarse con el propio cuerpo y la propia apariencia a través de la mirada del otro. La exposición a la mirada de extraños nos hace descubrir en muchos casos el atractivo que podemos tener, fuera de los cánones y de nuestras expectativas…”

La necesidad de autorretratarse obedece a búsquedas de aceptación a través del contemplar ajeno. Nuestros ojos pueden ser muy crueles cuando miramos al espejo de frente; cosa que podría explicar algunos aspectos de nuestra inseguridad y también podría hacernos ver (y esto es lo que más me emociona de la lectura) cómo formamos ese “yo mismo” a partir del “tú” que viene de los terceros…

Una imagen vale más que mil palabras (dicen por ahí)