lunes, 18 de noviembre de 2013

¡Qué traición!


"
– Cuando regrese, seré una persona distinta. Mi mujer no me reconocerá. O sí, pensará que me conoce, pero estará equivocada. Preveo que serán tiempos difíciles para todos. Yo estaré pensando en usted. ¿Cómo la llamaré en mis pensamientos? Mi mujer también se llama Anna, ya ve.
– Ese es mi nombre antes de que fuera el suyo - responde ella de modo cortante, sin ánimo de jugar. De nuevo lo ve con claridad meridiana: si ama a esta mujer, es en parte por no ser joven. Ya ha cruzado una línea a la que aún ha de llegar su esposa. Puede o no puede serle más querida, pero definitivamente está más cerca de él.
Regresa el tira y afloja indudablemente erótico, pero con más fuerza que nunca. Hace una semana estaban los dos abrazados en esa misma cama. ¿Es posible que ella no esté pensando en eso ahora mismo?
Él se inclina y le deposita la mano sobre el muslo. Con la colada aún sobre el regazo, ella inclina la cabeza. Él se acerca más. Entre el índice y el pulgar la sujeta por el cuello, acerca el rostro al suyo. Ella eleva la mirada: por un instante, a él le parece mirar a los ojos de un gato, un gato cauteloso, apasionado, codicioso.
– Debo irme - murmura ella. Se suelta con un movimiento y se va.
La desea ardientemente. Más aún: la desea, pero no en esa estrecha cama de niño, sino en la cama de viuda que tiene en la habitación contigua. La imagina así al verla tendida junto a su hija, con los ojos muy abiertos y relucientes. Por vez primera se da cuenta de que pertenece a un tipo de mujer sobre el cual nunca ha escrito en sus libros. Las mujeres a las que está acostumbrado no carecen de intensidad propia, aunque sea una intensidad de piel y de nervio. Las sensaciones que tienen son intensas, eléctricas, inmediatas: acontecen en la superficie. En cambio, con ella se adentra en un cuerpo que sangra, un cuerpo visceral, cuyas sensaciones tienen lugar en lo más profundo.
¿Será un rasgo que pueda trasladarse a otras mujeres, cultivarse en otras? ¿En su esposa, por ejemplo? ¿Existe acaso una cualidad de la sensación que tiene ahora libertad de hallar en otras, tras haberla hallado en ella?
¡Qué traición!
"
Ahora no John Maxwell, sino Yo: ¿es posible que sea dicha traición el cómo y el porqué “eternizamos” una búsqueda en la que seguimos encontrando tropiezos? 


Fragmento de El Maestro de Petersburgo, de J.M. Coetzee
 

domingo, 20 de octubre de 2013

Omiso…


"Sólo lo acepto para que no creas que has omitido algo…" En su proceso, Kafka me deja con una duda nueva que me encantó. El sólo hecho de invocarla me produce una emoción extraña, y es que al pretender persuadir - como acto digno o no de convencer - pareciera que lo hacemos porque creemos tener cierto permiso, y ¿qué nos lleva a pensar de esta forma? Dinero, no sabemos precio, poder, qué tanto, hay algo más; y es posible que se aloje fuera de la conciencia: suponemos que hemos realizado lo propio previamente, y ahí es donde me detengo: solemos creer que el mero acto de asomarnos ante el principio de una sucesión de hechos, nos otorga el poder de saltarnos a las estaciones y al tiempo, y sí, por qué no, irrespetar al desestimar a propósito de un proceso; tal cual un ramo de flores como disculpa por algo que hayamos hecho ¿eso se puede? pero, más allá de quien lo acepta: ¿estamos seguros de que no pasamos algo por alto? ... Claro, a la otra persona - que por supuesto no nos importa - pero queremos hacerle cosquillas a ese Yo que ha de alojarse en el otro, y cuya percepción (la de la otra persona, no la del yo) nos tiene sin cuidado... No somos buenos, he ahí la verdadera rebeldía...

"La mentira se eleva a fundamento del orden mundial..." y pues también, o tampoco: "No debes fiarte tanto de las opiniones. La escritura es invariable, y las opiniones, con frecuencia, sólo son expresión de la desesperación causada por [un] hecho..." Kafka confunde y convence…