jueves, 6 de marzo de 2014

La declaración del Presidente…


En vista de los tantos problemas y patrañas que han venido surgiendo por parte de los partidos políticos, hemos decidido, por unanimidad, convocar a La Asamblea Constituyente, para que delibere junto con el pueblo la nueva propuesta de elección presidencial… luego de eso llegaron los infortunios, se decidió acabar con las cúpulas, pusieron a la voluntad de un programa computarizado la elección del Presidente, y así fue, hace ya unos meses, después que me declararan el divorcio, esa misma tarde mientras asimilaba la buena nueva muy pero muy mala, usted ha sido electo Presidente de la República… no sabía qué hacer, quería encerrarme en algún cuarto de esta casa a llorar, a recordar, a hacer lo que muchos hacen cuando están tristes; cuestionarse, darle una bofetada al orgullo, humillarse, llamar para que te traten mal, rogar y arrastrarse y luego negarlo ante los amigos; eso quise, y estaba por empezar a hacerlo, iba a comenzar por el teléfono, pero tenía demasiadas llamadas, tantas que el aparato colapsó. Miles de felicitaciones, de apoyo desconocido que según, siempre estuvo ahí. Hasta ese miembro de la familia que no me hablaba, hasta ese – esa – me llamó… Me tocaron la puerta del cuarto, el timbre de la casa, ya el callejón donde vivía estaba lleno de periodistas de todos los canales, y bueno, así fue, el nuevo presidente del que habían recién prescindido como amante, como compañero. Me pedían sonreír y me pedían unas palabras, ya portaba unas pocas lágrimas que nunca pude terminar de llorar, creían que era por la emoción, como si esto yo lo pedí, como si yo era de esos ciudadanos comprometidos con alguna causa, no, yo estaba armando mi nuevo hogar – el que nunca estrené – ése por el que pedí aquel crédito más aquellas deudas. Me consiguieron un saco, entraron a la casa y me llevaron casi obligado. A todos los conocía de vista, claro, eran los aun ministros y diputados, todos a mi alrededor, hablando entre sí y conmigo, al mismo tiempo, yo ni entendía, empecé a decir que si y que no según el tono en que lo preguntaban. Fui al baño, obviamente no sabía donde quedaba, me senté un rato, le escribí a un amigo, estaba en línea, pero no conmigo, no sé, siempre pensé que entre él y mi mujer algo surgiría, eran como parecidos, eso me carcomía, pero me tocaron la puerta, Presidente, hay que revisar los convenios… Empezó mi gestión, curiosamente los malos no lo eran tanto, resulta que había muchos de esos: memorandos de entendimiento, y sí, pues nos entendíamos muy bien con el supuesto enemigo, con todo el mundo en realidad, la crisis, bueno, era inevitable, todos aquí querían algo y presionaban por ello, al final tenía que ceder, que si este está con no sé quién, que si aquel maneja tales consorcios, este otro es el socio en secreto del que se la pasa criticando, y al final pues, todo el mundo estaba conectado, como los seis grados de separación, así, unos con otros, tal cual, entre todos, defalcaron al Estado… Yo me excluyo, pero no por honesto, no, con los días empecé a darle trabajo a los amigos, incluso a ése, al que se quedó con mi mujer, puse a muchos en muchos cargos, pero a ninguno lo puse de jefe, eso sí lo tenía claro, si los quería ayudar, no podían estar a la cabeza de algún instituto, habría caído en nepotismo. Viajé, hice contactos, hasta traje al país la banda que tanto me gustaba, olvidé decirles que era músico antes de ser Presidente, pero no viene al caso, ustedes me están juzgando por otros cargos, yo no tuve la culpa, la culpa la tuvo el Parlamento, fueron ellos quienes eligieron al presidente al azar – con un programa de computadora – yo qué iba a saber, ese día me enteré que me divorciaba, que me dejaban por un amigo… y bueno, ya destituido pues, no tengo más qué declararles, estar repitiendo este cuento cada mes es fastidioso, como fastidioso es también que la gente me señale, yo siempre quise ser famoso, pero por músico, no por corrupto…

miércoles, 5 de marzo de 2014

La alegría y la tristeza pueden andar unidas, no son como el agua y el aceite…




“Las palabras son así, disimulan mucho, se van juntando unas con otras, parece como si no supieran adónde quieren ir, y, de pronto, por culpa de dos o tres, o cuatro que salen de repente, simples en sí mismas, un pronombre personal, un adverbio, un verbo, un adjetivo, y ya tenemos ahí la conmoción ascendiendo irresistiblemente a la superficie de la piel y de los ojos, rompiendo la compostura de los sentimientos, a veces son los nervios que no pueden aguantar más, han soportado mucho, lo soportaron todo, era como si llevasen una armadura, decimos…”

“La consciencia moral, a la que tantos insensatos han ofendido y de la que muchos más han renegado, es cosa que existe y existió siempre, no ha sido un invento de los filósofos del Cuaternario, cuando el alma apenas era un proyecto confuso. Con la marcha de los tiempos, más las actividades derivadas de la convivencia y los intercambios genéticos, acabamos metiendo la consciencia en el color de la sangre y en la sal de las lágrimas, y, como si tanto aún fuera poco, hicimos de los ojos una especie de espejos vueltos hacia dentro, con el resultado, muchas veces, de que acababan mostrando sin reserva lo que estábamos tratando de negar con la boca. A esto, que es general, se añade la circunstancia particular de que, en espíritus simples, el remordimiento causado por el mal cometido se confunde frecuentemente con miedos ancestrales de todo tipo, de lo que resulta que el castigo del prevaricador acaba siendo, sin palo ni piedra, dos veces el merecido…”


Fragmentos de Ensayo sobre la Ceguera, de José Saramago