La palabra es el
testimonio de los hechos, más por lo que se interpreta que por lo que pronuncia…
nos hacemos intérpretes y como tal difundimos, usamos el lenguaje, las
imágenes, volvemos incluso y repetimos los hechos, la recreación de la palabra
pues… y reconocemos el ciclo; pero la cosa es cómo se cuenta, la voz del
tiempo: quién lo dijo y de dónde proviene, por ende, no debe ser lo mismo; esta
vez no es así…
Me contaban lo que no
quería escuchar pero tenía que calármelo – según Orwell eso es La Libertad – como
la voz se sentía libre, escuchaba – el que calla otorga – y mi silencio se
asume como sumisión mientras mi mente se bloquea, es así mi disidencia; cerco
mis opiniones, aíslo mis ganas de replicar…
La palabra es rebelde,
se ponen en guardia los insultos y las opiniones, se unen dentro de mi
silencio, voy a una cita y espero con ansias que termine en sexo… presumo de lo
que sé y de lo que ignoro, trato de sacar del cerco lo útil, lo halagador, lo
que necesito pues ante esta situación, me tardo, me pongo torpe, no doy con lo
que creo que debería, empiezo a sentirme inseguro, observo un esbozo de risa y
lo asumo como burla, ya mi cerco luce a barricada, me pongo grosero,
escatológico, y mi conciencia me dice que es por mi libertad. Y así entonces,
libremente, vuelvo a pasar la noche solo…
La palabra es el
trampolín del pensamiento, paso días ocultando en decires lo que grito en silencio, algo se escapa, pero no en el
oportuno momento, de pronto, mi habla no me obedece y pierdo la forma de
expresarme, no me queda de otra que asentir de los demás sus argumentos y, de
los pretextos de los otros, disentir. Como todos, en nombre de la lucha, la
misma que he perdido dentro mi cabeza. Ahora y sin vergüenza, me oculto la cara
y me expreso con piedras…