“Tras la palabra está el caos. Cada
palabra es una franja, un barrote, pero no hay ni habrá nunca suficientes
barrotes para hacer la reja…”
Todo empezó aquel día con esa sonrisa.
Para alguien en quien el elogio no ha ido más allá de un gracias, eres muy amable;
un gesto de coquetería lo cambia todo. A
ella la ha visto unas cuantas veces, apenas las suficientes para pasar del
silencio a los buenos días, y qué días tan buenos esos en los que se la topaba.
Trató sin éxito de sincronizarse, que los buenos días fuesen todos los días,
que pudiera sostenerle la puerta, ayudarla con las bolsas, con lo que sea, todo
para hablar un poco más; pero no pasó, al menos no hasta el día en que todo
empezó…
“El poeta que
se muere de hambre viene a dar clases a la hija del carnicero…”
Un poco antes de que todo empezara, hizo
lo que pudo para dar a entender que la fe, según él, era una fuerza interna y
cada quien produce la suya, y que tal producción se eleva sobre todos, uno a
uno; así, la brisa, que no es más que el instrumento musical de la fe, funde
las producciones en acordes de canciones. A ello se debe que el mismo recuerdo,
o pensamiento, que alguna vez hizo reír, haga llorar… y quizás a ello se deba
también tanto alboroto con la palabra producción.
Cada vez que el ser humano encuentra una combinación de sílabas para darle
nombre a un término, ésta se vuelve ofrenda, y como ofrenda la brisa lo
agradece, para luego tomar la fe de las personas y de esta forma crear
sentimientos. [Quién tocará a quién, si la brisa es un instrumento] Que nadie
crea que sufrir siempre significó sólo eso, quizás algunos puedan entender
porqué decir socioproductivo resulta
tan extraño, tan confuso; más confuso incluso cuando se trata de explicar…
“Poco
talento y una cartera repleta…”
Recordó
a Miller, a su Trópico de Cáncer, al sexo que no ha tenido hasta que todo
empezó. Antes de eso, trató, pero no se hizo entender. Nadie que sienta en
cifras y carteleras dará concesión de fe propia a una explicación sin
producción… él lo sabía, la brisa también, pero ésta última, como ya se dijo,
es un instrumento, y como tal funge de canal, y como tal transmite, por ahí,
para alguien, para nadie en especial…
“Si
le duele comer solo delante de mí, probablemente le dolería más compartir su
comida conmigo…”
Nadie
de los presentes, ya saben, los devotos a lo producido, le hizo caso; pero eso
ya se sabía, lo que pareciera nadie saber es que en silencio y en soledad es
cuando más se produce, pero ya aquí se trata de la fuerza interna, esa, que con
palabras aprendidas a lo largo de historia, son llamadas sentimientos; la
fusión pues… la fe…
Cambiemos
de autor por un momento. Esto lo conseguí en un muy buen blog: “el hombre tiene
una especie de principio homeostático, cuando se sobrecarga de tensiones y
angustia necesita descargarse buscando el placer. Cualquier placer de cualquier
nivel descarga en algo esa tensión, partiendo de los placeres sexuales, pasando
por los alimenticios (el sobrepeso es más causado por la ansiedad que por
cualquier otra cosa) y llegando a los placeres propios de la contemplación o de
cualquier potencia superior. Por supuesto, no del mismo modo, los placeres más
instintivos descargan la tensión de un modo mucho más veloz pero más precario,
por lo que la tensión vuelve a subir al poco tiempo, exigiendo una nueva
descarga. Por su lado, mientras más elevado es el placer (en cuanto a su
naturaleza, no en cuanto a su intensidad) es más duradero y permanente, y se
trasvasa de ser placer a una tonalidad de vida permanente que llamamos
felicidad…”
Ese
día, esa sonrisa, lo llevó a la sublimación. Aquél deseo que no se consumaba se
consumió en tan solo una sonrisa y unos buenos días. El hombre más nunca vio a
la mujer. Se mudó, no ella, él, de ella no supimos más. La brisa ya no trae más
nombres que lamentos debido al gran abuso que al final se ha hecho de ella… y
la Fe, al final, se tuvo que producir… ahora todo el mundo predica, esperando
por otros a que hagan: convengan... y hemos empezado. El hombre, nosotros,
ustedes: a seguir esperando…