martes, 3 de marzo de 2015

Gente


…sabemos que no interesamos cuando la emoción que reflejamos en el rostro; producto de lo que estamos por compartir, produce una cierta molestia en quien queríamos como parte de ese momento: de esa anécdota… eso nos lleva a varios puntos. En el caso de este delirio; a dos: si lo vemos desde el emocionado que comparte, pero con algo de empatía en el molesto que percibe; podemos decir que esa intención al compartir no es más que una búsqueda en dónde poder descansar la soberbia, es decir, quizás la alegría, o la tristeza; o lo que sea que el emocionado expresa, no sea del todo verdadera, cosa que al molesto obviamente le molesta,  y no ha de poderlo ocultar…

Ahora bien, la soberbia juega en ambos sentidos; y en una sociedad donde el esfuerzo sufre de cansancio, donde el mérito no se merece; la envidia tiene que regir: la falta de empatía; que más que una patología es quizás una idiosincrasia: no creo porque creas, pero podría creer cuando me convenga… el molesto, molesto está porque la emoción viene del otro, y por supuesto; al oír a éste, en lo absoluto ha de sentirse parte… al final no sabemos de qué lado se pone la soberbia, como tampoco sabemos dónde se encuentra la empatía… es posible, a lo mejor, que cuando el esfuerzo se consiga con el mérito la emoción no moleste y así ése compartir pueda empezar a interesar…

jueves, 12 de febrero de 2015

pseudocrítico


Y es que la historia de ti que tú no sabes se va paginando en los ojos de quienes te han venido conociendo, con sus silencios, con la forma en que te miran y lo sabes, lo sabes bien porque las palabras no se escuchan. Cuestionas el sentido del oído, pero no, no es que no escuches, es que lo que callan cuando te hablan habla más duro, sólo que no lo entiendes, pero sí lo sientes y tu rostro se arruga, se recoge como las patas de la araña… luego te preguntan qué tienes y no sabes qué responder. Eres tú ahora el que grita y que nadie escucha, entonces dices cualquier estupidez; cualquier cosa, algo que acalle lo que te gritabas hace poco, porque quizás alguien podría escucharte, porque algo tienes e intuyes que deberías acallarlo. Te abstraes, te distraes, te aferras a un falso positivo o a una miseria ajena, mejor, te aferras al pronunciamiento en contra de las tendencias, de la moda; finalmente caes en su dominio y, como todo el mundo, te la tiras de diferente sólo porque ese clamor ahogado de tu ser ha de volcarse en alguna clase de indiferencia intelectual propia de un pseudocrítico. Pero te envicias, te lo crees, y ahora tu creencia habla más duro que tu carencia… atrincheras ése arquetipo… hasta que eres engullido en una especie de dilema, una parábola sin fin y te vuelves visceral. Entonces, con unos zapatos de marca, o con un trago muy trendy en la mano; te quejas de los ignorantes que no ven lo que se supone que tu sí… ¡y pensar que sólo tenías que desahogarte!