Se reunían Los Escépticos a la orilla del mar. Era un culto a la realidad del Ser y Estar. Un momento que se describía con descontento para drenar y así entender a las ganas de vivir. Algunos consideraban que vivir consistía en aceptar; insistían que las dádivas del destino estaban representadas en las migajas que caían desde los banquetes del Poder. El sueño, para Ellos, era una especie de trastorno con el cual algunos podían hacer dinero a expensas de otros que creían soñar…
Una vez por semana, porque la realidad pesaba mucho en zapatos de rutina. Una vez por semana se escuchaban unos a otros, se lloraban el despecho y se gritaban la impotencia. Para concluir el evento, se practicaban un baño que vendría a representar el ahogo de la Fe. Se pensaba, según su extraña y escaza creencia, que Fe era esa mancha en el alma que incitaba al conformismo y producía una especie de esclavitud…
El tiempo, en complicidad con la realidad, solía regalarles sonrisas por separado; sonrisas que para cada uno de ellos, formaban parte de una rutina; una especie de placebo para seguir el día. Un día Nina, hija menor de Antonio, se sorprendió con alegría al ver que su padre había llegado temprano de su reunión de cada viernes. Este al llegar, sorprendido, le pregunta: ¿A qué se deben las sonrisas? Y Nina le dice: Papá, la felicidad es la recompensa de la Fe; acaban de pasar por las noticias que la playa donde tú vas con tus amigos se desbordó y acabó con las casas de todo el sector, mucha gente había ya evacuado, pero todos ustedes tenían el teléfono apagado…
La reunión no volvió a repetirse…