Se me cierran las ventanas del mundo pensábamos todos uno por uno. Un tal Pérez confesaba que lo único que le movía el alma era la estupidez: mucha gente redunda entre preguntas y respuestas pareciendo eco del eco, Yo los detengo con mi interrupción; capto su atención, consigo esa expresión propia de los rostros y tan sublime que sin hablar me dice: ¿Eres estúpido? Un gesto tan sincero como pocos si es que hay otros; un gesto que me da el poder de ser Yo quien pone la frase en el pensamiento del estúpido verdadero, sin necesidad de decirlo ni de decírselos. Un Rodríguez cualquiera acotaba que su importancia se basaba, más que en la estupidez, en el constante requerimiento: no pido favores, no importuno, pero sé que al no molestar, molesto. Me llaman constantemente para pedir que haga aquello, que haga esto; no quiero hacer lo uno y lo otro mucho menos, pero me siento muy solo cuando nadie interpone algún requerimiento. Hablaron los Martínez, que sin unos cuantos tragos no pueden decir ni sonreír: la vida es tal cosa, las cosas de una tal vida. Márquez: Márquez calla viviendo de los testimonios y del regocijo que se procura con el silencio…
Se es Pérez en ocasiones, la rutina puede llevar el apellido Rodríguez, cualquiera es Martínez en una reunión, y a veces, en la sobriedad de la soledad, se llega a ser Márquez…
Saludos en letras…