Cuando empezamos a
explorar el habla, descubrimos sonidos maravillosos, que asociamos a cosas, sin
estar previamente incluidos en la lengua de nuestra sociedad. Es así como
nuestros padres terminan repitiendo – porque es muy cuchi – los nombrecillos
con los que bautizamos ciertas cosas. Nuestra versión del mundo al que no hace
mucho hemos sido invitados. Cada uno de los presentes sabe y recuerda alguna
palabra, porque seguramente fue tema de conversación a lo largo del
crecimiento. Hay quienes aun no abandonan ese gusto bautista – yo al menos no –
A los niños les digo “ondónkiros” y a las mascotas “comuy”; no sé, me suenan
tierno, sí, probablemente existan como términos en otra lengua, e incluso
tengan significados perversos, lascivos y degradantes. Pero en mi mundo fonético,
la imagen que se forma a partir de este delirio es encantadora. Véanlo ustedes
mismos; niños y mascotas, inocencia, es perfecto. Pero el motivo de esta cita
no descansa en perfecciones, más bien se agota en contradicciones…
Tal como desarrollamos
esa facultad de crear palabras, también hacemos lo propio dándole significados
nuevos a las existentes, eso pasa en definiciones como camarada, que al parecer dejaron de compartir la recámara para volverse compañeros en ideología
política, pero no cualquiera, sino de izquierda,
en la derecha esa palabra sería un
sacrilegio… y pensar que todo empezó por dormir juntos, bueno, como los lados: girondinos y jacobinos, con esta gente, al parecer, empezaron los
posicionamientos en el parlamento, y de esto devino todo el rollo de las representaciones,
otra palabra buena ésta última, porque en el teatro también se usa, y así,
concatenando sin mucho raciocinio: el parlamento es una obra de teatro…
No pretendo criticar
escenarios. El motivo en desarrollo aquí – y esperando tal vez un debate – yace
en las etiquetas… hay acepciones, sí, pero no es eso exactamente. Venimos del
cuento de los varios significados. Me refiero a las ganas de etiquetar, como
vicio, y hasta peyorativo a veces según la dirección que hemos decidido
obedecer, inclinarnos por ahí, y con todos los complejos que arrastramos de jóvenes;
señalarnos unos a otros… lo digo otra vez: y así, concatenando sin mucho raciocinio:
el parlamento es una obra de teatro…
Sílabas actúan de malas
queriendo ser buenas, creando una especie de chocancia, o repudio, dependiendo
de las circunstancias en las que se mencionan. Algo parecido pasa con los
objetos, muchos terminan siendo símbolos, y entre estos y las etiquetas, nos
vamos perdiendo entre significados... bajo ese caldo ponemos a hervir nuestras
sensaciones, de libertarios opresores, de odiosos enamorados, de bondadosos
malvados, y quien sabe qué otra contradicción sugerida e impuesta, para que
luego se nos etiquete y así, como el parlamento, ser también una obra de teatro…