Quise recordar pero se me olvidaron algunos
detalles. Generalmente lo mejor era lo peor, pero siempre los besos complacían
y por eso nos amargábamos, porque el habla terminaba mudo y la protesta se
vertía entre caricias ciegas que nos provocaban la vista, así es el buen tacto,
perverso, excitante, de manera que la pelea se aplazaba, o más bien cambiaba de
contexto, nos provocaba cansarnos y ya descansados pues, ¿de qué era que estábamos
hablando? Nada, puro aire, sueño y bocanadas… luego venía el amanecer y las
rutinas, y con ello, cierta melancolía, o rabia, no sé, a ti te gusta el
conflicto y a mí la tristeza: una batalla épica, pero sin el bien ni el mal
puesto que el dolor y la controversia se agarran de las manos, y cuando se
enfrentan, hacen de los cuerpos un poema de vuelta y vueltas… Así nos vamos y
venimos, entre el sollozo y el rechino de los dientes. Guiones aprendidos al
derecho y al revés, para repetirlos a placer, pero sin obra, porque el
desenlace es un nuevo comienzo… Se tachan los días y se acercan los
compromisos, y los tenemos encima, pero no como nuestras pieles con almohadas,
ahí sí que nos cumplimos… un día el argumento pudo más y…, y empezó el
distanciamiento, la verdad se hizo quehacer para lo ya bastante irresponsables
que nos volvimos, por eso seguimos sin regresar aún, sin tocarnos, y llenos de
deudas, con el alma y con el resto, sí, restos también, pero somos cenizas ¿no?
Todo es cuestión de volver arder, sin excusas, sin terceros, las nuevas pieles
suman pero no consumen, no al menos como los detalles que quise olvidar pero
ahora recuerdo, y generalmente – específicamente – lo peor era lo mejor: qué
sea el beso la consigna, y si quieres, a las rutinas, les dejamos lo triste y lo
molesto, al fin y al cabo, compromisos siempre va a haberlos…
Blog dedicado a la redacción de escritos, en su mayoría originales. /Blog focused on original writings mostly
martes, 31 de diciembre de 2013
sábado, 21 de diciembre de 2013
El hocico del cerdo…
Suelen las palabras describirnos a las personas, y bueno, al parecer, suelen los picos llevarnos a los rostros, por un tema etimológico… cosa de que, por las caras, nos vemos las muecas como si estuviéramos frente a un espejo, pero el espejo no es muy bueno para reflejar los pensamientos, la gente tampoco, pero hay un tema pedagógico aunque involuntario en el hecho…
Hay gente que está ahí y ese hecho nos lleva a asociar palabras como: disgusto, con esas personas, con sus rostros, con sus gestos y sus voces, y por así decirlo, sólo tienen que hablar y, cual hechizo; ¡bum! nos disgustamos… Un marido, una mujer casada. La frustración es un carrito chocón, tan ansiado a cierta edad, y en el parque de la vida, luego de pelearnos por el volante, nos quejamos de la situación. Entonces, la palabra toma forma de rostro, de gesto, nuevamente, basta con ver al marido sonreír o proponer un brindis, para que el sabor amargo de una dudosa decisión, que en algún momento representó alegría, pues, se haga presente e invoque a la seriedad y a la tantas veces repetida auditoría de malos recuerdos. Y todo por qué; porque el rostro evoca, además, en este caso, la frustración se apersona… así vamos, poniéndole palabras a la gente; no todas son malas, claro está… la palabra goce, joy (como el inglés) se coloca en la mirada de algún amigo y sencillamente, él, o ella, sólo tienen que estar, simplemente estar, y nos agrada, nos sentimos bien, sonreímos de la nada (que es la forma más bella de sonreír) Pero no siempre es así, y lo malo, lo malo es que no podemos escoger en quién colocamos la palabra de agrado para que cuyo rostro nos brinde la alegría o la esperanza que necesitamos, por el contrario, quien más nos acompaña es quien lleva el peso del desagrado, como la mujer que le recuerda al hombre que ya no es niño, como la madre que le recuerda al hijo que no se ha emancipado, como el hermano que te recuerda que no eres feliz, como el amigo que te dice lo que no lograrás, todo con solo una voz, una simple mueca, con estar, con existir tan siquiera… y sí, es injusto, como todo lo humano…
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