Existe una extraña tendencia en la evolución humana de buscar constantemente y en cualquier rincón social, el placer de la autodestrucción. Un culto bizarro y de muchos recurrente, con el que se pretende llenar alguna inexplicable carencia que produce el hecho de vivir.
Hacernos daño y desarrollar nuevos mecanismos para ello, por encima de titularnos masoquistas, representa unión entre los eslabones Deber, Tristeza, Felicidad y Preocupación; los cuales, por así decirlo, componen la cadena que cada uno lleva entre el cuerpo y el alma.
El detalle se encuentra en la doble moral del entorno, la cual tiende a disfrazarse de Legalidad; y precisamente en esta última pienso, al recordar aquello que llaman Propiedad Privada. Por lo que entiendo, o quiero ver así: cada Templo es imposible de ser usurpado, nace y muere con un solo habitante; con un alma solamente.