martes, 29 de abril de 2014

Silere


Llegó el día en que no podíamos hablar, no sé si a todos juntos, no sé si a todos a la vez nos pasó. Yo me di cuenta cuando empecé a caminar para ir al trabajo y vi cómo cayó del bolso de una muchacha unos cuantos billetes de baja denominación; alcancé el dinero y la llamé, dije: señorita y ella volteó hacia mí. Estaba por decirle que el dinero en mi mano era su dinero, y ahí, justo ahí, no pude hablar. Las palabras no salieron, así que moví los billetes en mi mano como simulando un abanico y la muchacha se ofendió, bueno, no hace falta decir qué pudo haber pensado o cómo pudo haber entendido mi gesto, la cosa es que siguió su paso y yo me quedé con su dinero. Pasé por una tienda y no pude hablar con el dependiente, con el muchacho que la atendía, me hizo un gesto de rechazo y seguí. Llegué a la plaza, tomé un libro que tenía en mi bolso y leí; todo lo entendía, leí en voz alta y escuché claramente cada palabra, cerré el libro y traté de decirle algo a alguien, cualquier cosa, un piropo a una chica, algo estúpido como: el amanecer es la esperanza que se viste de belleza en una sonrisa como la suya, señorita, pero no, no podía decirlo, me sentí como un loco, pero aun no desesperaba, soy penoso también, así que el miedo al rechazo, o a la aprobación, pudo haberme traicionado. Me senté al lado de un señor y abrí el libro de nuevo, leí en voz alta y el señor volteó hacia mí, quiso preguntarme algo pero no pudo, miró mi libro y leyó por un par de segundos en voz alta y lo oí, así que no era mudo, cerré el libro, nos miramos, arrugamos ambas frentes, movíamos las cabezas como si fuéramos a toser o a estornudar, pero no podíamos hablarnos. El señor hace unos cuantos gestos sin mucha paciencia hasta que entendí que quería mi libro, que quería que lo abriera, esta vez miró la escritura y habló: no podemos hablar mientras el libro no permanezca abierto…


Sosteniendo el libro entre mis manos me pronuncio: debe ser una especie de maldición y si no es eso es una locura entonces, pero no podemos hablar con el libro cerrado, no podemos hablar sin el libro a la mano, pero no sabemos si sólo somos nosotros o esto le está pasando a más personas, usted a dónde iba, a usted qué le importa, le digo porque podemos cerciorarnos por aquí mismo por la zona, así sabremos si estamos locos o malditos, o si es una epidemia, pandemia, agregué al final y empezamos: Quiero que seas débil. Quiero que seas tan débil como yo. Le dijo el señor a una señora que pasó y puso cara de querer replicar pero calló, y también cayó en una especie de impotencia, yo le expliqué a libro abierto, cual predicador, qué sucedía y ella se acercó al libro, pasó algunas páginas, leyó El amor es el deseo de encontrar a la mitad perdida de nosotros mismos, y luego nos dijo que quería saber si le ocurría a todo el mundo. Ya éramos tres y un solo libro, pasaron dos muchachas y la señora tomó el liderazgo, vale decir, tomó el libro, se acercó y dijo: La gente, al ver a alguien moralmente humillado, se alegraban demasiado como para permitir que sus explicaciones les privaran de su placer. Las muchachas sonrieron, y la sonrisa se extendió hasta el señor y hasta mí, pero cuando quisieron decir algo, no pudieron. Con un poco de desorden al explicar pues, ya sumamos cinco, tenía el libro en la mano y aproveché: el amanecer es la esperanza que se viste de belleza en una sonrisa como la suya, señorita. La más sonriente tomó el libro y se percató que no leí la frase, pasó algunas páginas y dijo: el amor empieza en el momento en que una mujer inscribe su primera palabra en nuestra memoria poética


Empezó a pasar el tiempo, se sumaba gente y ya la situación se estaba poniendo caótica, éramos muchos para los pocos que podían hablar, alguien me pidió el libro, pero no lo quise dar esta vez, se me venían todos encima así que prediqué: no sabemos si pasa únicamente con este libro, no creo que se trate de un hechizo, ni de una maldición, a ver, aprovechemos que hay un par de librerías por aquí y veamos si podemos cada quien tener el suyo y listo. Y así hicimos, una veintena de personas comprando títulos masivamente, quién lo diría, algunos me pedían sugerencias y bueno, por primera vez, de tantas veces que recomendé libros a mis amigos sin éxito, la mayoría acató cual orden qué libro les sugería. La muchacha más sonriente, que iba con la otra muchacha un rato antes, se quedó conmigo, por un momento pensé que era yo, o que fue mi frase estúpida, pero no, se quedó porque le gustó el libro y afortunadamente para mí, no lo había por los alrededores. No fui a trabajar, obviamente, estuve toda la mañana leyendo e improvisando: Parece como si existiera en el cerebro una región totalmente específica, que podría denominarse memoria poética y que registrara aquello que nos ha conmovido, encantado, que ha hecho hermosa nuestra vida


Pasaron los días, pasaron muchas cosas, en la oficina todos tenían un libro a la mano, las conversaciones pasaron de las marcas de ropa a las marcas en las páginas para no olvidar alguna frase. Se volvió más interesante la descripción de una mujer desvistiéndose que la imagen de una mujer desnuda. Fui con la muchacha sonriente a un restaurante y resulta que los libros ocuparon los puestos de los celulares, sí, el celular pasó a segundo plano. Cada mañana le gritaba a mi imagen frente al espejo esperando no despertar de este sueño, al ver que no podía hablar, me alegraba. Los mensajes de texto también tomaron un mejor lugar y un mejor momento, era la forma de comunicarse a distancia, sorprendentemente la escritura mejoró, aumentaron las redacciones propias y disminuyeron los mensajes de cadena. Fue un acontecimiento global. Los políticos hablaban con libros en la mano, los protestantes se documentaban, los malandros se vieron obligados a leer, a robar menos pues porque no podían intimidar con las manos ocupadas por un libro, se puso de moda abrir librerías, superaron en número a los puestos de lotería. La música, el cine, la televisión, todo había cambiado, el libro se volvió como un amuleto. Económicamente la demanda de libros enloqueció el mercado, de ello devino cualquier cantidad de bolsos y carteras de alta y de baja costura, para que todos tuvieran su libro a la mano, por contenido, por su estética, por su expresión artística combinada e incluyente. La gente más joven empezó a agruparse por estilos de libro, ya yo pues tenía una relación con la muchacha, y por supuesto el libro fue esa especie de cupido, nunca dejamos de citar; hasta cuando peleábamos, hasta cuando teníamos muy duros momentos: La primera traición es irreparable. Produce una reacción en cadena de nuevas traiciones, cada una de las cuales nos distancia más y más del lugar de la traición original


Pasaron muchas cosas, pasaron los días, hoy por ejemplo estoy a punto de casarme por civil, las imprentas tomaron el poder en muchos espacios, las editoriales tenían infinitas prerrogativas, a los escritores se les veía como divinidades. Nacieron nuevos egos, nuevos escenarios, un nuevo pensamiento que influía muchísimo en la población, mucha gente se aisló, mucha gente abandonó rituales, tradiciones, nació el tráfico de libros, la manipulación a través de la palabra escrita. El uso del papel ya no era tan responsable, y poco a poco a la gente le fueron cambiando sus valores morales, poco a poco, poco a poco nos fuimos convirtiendo en lo que solíamos ser antes del Silencio, así se le llamó al fenómeno de la plaza, y no por ser vanidoso, pero nunca recibí mérito o mención de algún tipo. Se inventaron múltiples historias sobre el origen del Silencio, cada quien creía lo que quería, y ya pues, frente al registrador, a punto de contestar la pregunta clásica que se hace en el matrimonio, con La insoportable levedad del ser en mi mano; y cerrado, contesto: sí, acepto…


lunes, 21 de abril de 2014

también seguiremos hablando de empatía


¿Qué es conceptualizar? La primera artimaña del pensamiento inducido. Es la organización de las ideas en conceptos, para así tener claros los argumentos que deberíamos enmarcar en los mismos; algo así; algo así leí. Aquí despegamos con el delirio: todo pareciera tener explicación, todo pareciera tener una palabra que lo defina. Entonces me apunto – para conceptualizar – qué es empatía; una farsa, quién la siente, nadie. Admitirla como sentir equivale a admitir la equivocación cuando en la admisión misma yace la grandeza; eso es. Oye creo que me equivoqué, discúlpame, por favor. Falso. Así como también; me pongo en tus zapatos, te comprendo. No. Lo que se comprende es el reconocimiento a lo brillante que somos cuando nos damos cuenta de que el otro debe estar padeciendo algo, y somos más brillantes aún cuando lo recreamos, pero sin el pesar del sentimiento: eso lo llamamos empatía. Entonces suponemos, para luego criticar creyendo que un ápice es una gran historia; y qué es esto último: no hay que leer tanto para darse cuenta que parecemos hacernos de pequeñas historias, y que estas pequeñas historias se parecen mucho a las de muchos otros. Nos damos cuenta hasta por el color de la ropa, o mejor, por la marca, y por la marca sabemos qué tal se habla la jerga, y por la jerga sabemos más o menos dónde vive (o dónde le gustaría vivir porque por ahí anda) y que por dónde vive (o quiere) sabemos su inclinación política, así como la política alimentaria, o alimenticia, da lo mismo. Sumamos las pequeñas historias y se nos revela el gran relato, el gran precepto que sin razón aparente todos seguiremos. Como también seguiremos hablando de empatía, y de ahí pues comprendernos. Pero no, no hemos comprendido, se trata de nosotros, apenas hemos dado el primer paso que sería el haber reconocido en el otro, con paciencia, y sin perder la compostura, que eso que lo acongoja puede también llegar a nosotros y que cuando nos toque, también nos desesperaremos, y nos desesperaremos más cuando sintamos que no se ponen en nuestros zapatos…