Llegó el día en que no
podíamos hablar, no sé si a todos juntos, no sé si a todos a la vez nos pasó.
Yo me di cuenta cuando empecé a caminar para ir al trabajo y vi cómo cayó del
bolso de una muchacha unos cuantos billetes de baja denominación; alcancé el dinero
y la llamé, dije: señorita y ella volteó hacia mí. Estaba por decirle que el
dinero en mi mano era su dinero, y ahí, justo ahí, no pude hablar. Las palabras
no salieron, así que moví los billetes en mi mano como simulando un abanico y
la muchacha se ofendió, bueno, no hace falta decir qué pudo haber pensado o
cómo pudo haber entendido mi gesto, la cosa es que siguió su paso y yo me quedé
con su dinero. Pasé por una tienda y no pude hablar con el dependiente, con el
muchacho que la atendía, me hizo un gesto de rechazo y seguí. Llegué a la
plaza, tomé un libro que tenía en mi bolso y leí; todo lo entendía, leí en voz
alta y escuché claramente cada palabra, cerré el libro y traté de decirle algo
a alguien, cualquier cosa, un piropo a una chica, algo estúpido como: el amanecer es la esperanza que se viste de
belleza en una sonrisa como la suya, señorita, pero no, no podía decirlo,
me sentí como un loco, pero aun no desesperaba, soy penoso también, así que el
miedo al rechazo, o a la aprobación, pudo haberme traicionado. Me senté al lado
de un señor y abrí el libro de nuevo, leí en voz alta y el señor volteó hacia
mí, quiso preguntarme algo pero no pudo, miró mi libro y leyó por un par de
segundos en voz alta y lo oí, así que no era mudo, cerré el libro, nos miramos,
arrugamos ambas frentes, movíamos las cabezas como si fuéramos a toser o a
estornudar, pero no podíamos hablarnos. El señor hace unos cuantos gestos sin
mucha paciencia hasta que entendí que quería mi libro, que quería que lo
abriera, esta vez miró la escritura y habló: no podemos hablar mientras el
libro no permanezca abierto…
Sosteniendo el libro
entre mis manos me pronuncio: debe ser una especie de maldición y si no es eso
es una locura entonces, pero no podemos hablar con el libro cerrado, no podemos
hablar sin el libro a la mano, pero no sabemos si sólo somos nosotros o esto le
está pasando a más personas, usted a dónde iba, a usted qué le importa, le digo
porque podemos cerciorarnos por aquí mismo por la zona, así sabremos si estamos
locos o malditos, o si es una epidemia, pandemia, agregué al final y empezamos:
Quiero que seas débil. Quiero que seas
tan débil como yo. Le dijo el señor a una señora que pasó y puso cara de
querer replicar pero calló, y también cayó en una especie de impotencia, yo le
expliqué a libro abierto, cual predicador, qué sucedía y ella se acercó al
libro, pasó algunas páginas, leyó El amor
es el deseo de encontrar a la mitad perdida de nosotros mismos, y luego nos
dijo que quería saber si le ocurría a todo el mundo. Ya éramos tres y un solo
libro, pasaron dos muchachas y la señora tomó el liderazgo, vale decir, tomó el
libro, se acercó y dijo: La gente, al ver
a alguien moralmente humillado, se alegraban demasiado como para permitir que
sus explicaciones les privaran de su placer. Las muchachas sonrieron, y la
sonrisa se extendió hasta el señor y hasta mí, pero cuando quisieron decir
algo, no pudieron. Con un poco de desorden al explicar pues, ya sumamos cinco,
tenía el libro en la mano y aproveché: el
amanecer es la esperanza que se viste de belleza en una sonrisa como la suya,
señorita. La más sonriente tomó el libro y se percató que no leí la frase,
pasó algunas páginas y dijo: el amor
empieza en el momento en que una mujer inscribe su primera palabra en nuestra
memoria poética…
Empezó a pasar el
tiempo, se sumaba gente y ya la situación se estaba poniendo caótica, éramos
muchos para los pocos que podían hablar, alguien me pidió el libro, pero no lo
quise dar esta vez, se me venían todos encima así que prediqué: no sabemos si
pasa únicamente con este libro, no creo que se trate de un hechizo, ni de una
maldición, a ver, aprovechemos que hay un par de librerías por aquí y veamos si
podemos cada quien tener el suyo y listo. Y así hicimos, una veintena de
personas comprando títulos masivamente, quién lo diría, algunos me pedían
sugerencias y bueno, por primera vez, de tantas veces que recomendé libros a
mis amigos sin éxito, la mayoría acató cual orden qué libro les sugería. La
muchacha más sonriente, que iba con la otra muchacha un rato antes, se quedó
conmigo, por un momento pensé que era yo, o que fue mi frase estúpida, pero no,
se quedó porque le gustó el libro y afortunadamente para mí, no lo había por
los alrededores. No fui a trabajar, obviamente, estuve toda la mañana leyendo e
improvisando: Parece como si existiera en
el cerebro una región totalmente específica, que podría denominarse memoria
poética y que registrara aquello que nos ha conmovido, encantado, que ha hecho
hermosa nuestra vida…
Pasaron los días, pasaron
muchas cosas, en la oficina todos tenían un libro a la mano, las conversaciones
pasaron de las marcas de ropa a las marcas en las páginas para no olvidar
alguna frase. Se volvió más interesante la descripción de una mujer
desvistiéndose que la imagen de una mujer desnuda. Fui con la muchacha
sonriente a un restaurante y resulta que los libros ocuparon los puestos de los
celulares, sí, el celular pasó a segundo plano. Cada mañana le gritaba a mi
imagen frente al espejo esperando no despertar de este sueño, al ver que no
podía hablar, me alegraba. Los mensajes de texto también tomaron un mejor lugar
y un mejor momento, era la forma de comunicarse a distancia, sorprendentemente
la escritura mejoró, aumentaron las redacciones propias y disminuyeron los mensajes
de cadena. Fue un acontecimiento global. Los políticos hablaban con libros en
la mano, los protestantes se documentaban, los malandros se vieron obligados a
leer, a robar menos pues porque no podían intimidar con las manos ocupadas por
un libro, se puso de moda abrir librerías, superaron en número a los puestos de
lotería. La música, el cine, la televisión, todo había cambiado, el libro se
volvió como un amuleto. Económicamente la demanda de libros enloqueció el
mercado, de ello devino cualquier cantidad de bolsos y carteras de alta y de
baja costura, para que todos tuvieran su libro a la mano, por contenido, por su
estética, por su expresión artística combinada e incluyente. La gente más joven
empezó a agruparse por estilos de libro, ya yo pues tenía una relación con la
muchacha, y por supuesto el libro fue esa especie de cupido, nunca dejamos de
citar; hasta cuando peleábamos, hasta cuando teníamos muy duros momentos: La primera traición es irreparable. Produce
una reacción en cadena de nuevas traiciones, cada una de las cuales nos
distancia más y más del lugar de la traición original…
Pasaron muchas cosas,
pasaron los días, hoy por ejemplo estoy a punto de casarme por civil, las
imprentas tomaron el poder en muchos espacios, las editoriales tenían infinitas
prerrogativas, a los escritores se les veía como divinidades. Nacieron nuevos
egos, nuevos escenarios, un nuevo pensamiento que influía muchísimo en la
población, mucha gente se aisló, mucha gente abandonó rituales, tradiciones,
nació el tráfico de libros, la manipulación a través de la palabra escrita. El
uso del papel ya no era tan responsable, y poco a poco a la gente le fueron
cambiando sus valores morales, poco a poco, poco a poco nos fuimos convirtiendo
en lo que solíamos ser antes del Silencio, así se le llamó al fenómeno de la
plaza, y no por ser vanidoso, pero nunca recibí mérito o mención de algún tipo.
Se inventaron múltiples historias sobre el origen del Silencio, cada quien
creía lo que quería, y ya pues, frente al registrador, a punto de contestar la
pregunta clásica que se hace en el matrimonio, con La insoportable levedad del ser en mi mano; y cerrado, contesto:
sí, acepto…