En un cartel humildemente llamativo, Chucho escribe: Club de Sueños, y día a día va con sus cajas a la plaza a esperar por un cliente.
Para empezar el negocio necesitó mercancía, por lo que Chucho decide escribir sus sueños en pequeñas hojas de papel y clasificarlos en las cuatro cajas que exhiben nombre legible. Le costó diferenciar entre fortuna y avaricia, dado que ambos, según él, estaban relacionados con dinero fácil. Dedujo que la fortuna implicaba dinero bueno, y que la avaricia abarcaba lo referente al dinero malo, sin embargo, no logró con certeza precisar cuándo lo abarcado por dinero podría ser susceptible de discernimiento; a veces pensaba que lo malo estaba en el propósito y no en el dinero, pero en vista de su confusión, decidió que los sueños son sueños; y sin mucho análisis lo bueno y lo malo es fortuna y también avaricia.
En la caja donde se leía la palabra justicia, colocó sus sueños justos dudando del calificativo, debido a que cuestionaba la injusticia en hojas de papel de la misma forma en que se preguntaba cómo era un sueño justo. Para los deseos saludables usó la caja titulada restante, encontrándose con una gran cantidad de papeles con sueños escritos que no lograba clasificar.
El tiempo, haciendo de las suyas, empezó a decorar las cajas con grises sobre las hojas y polvo sobre deseos; mientras Chucho esperaba por un cliente con sueños para compartir.
Personas pasaban, preguntaban, reían y sonreían; de cuando en cuando y cada día.
Un día, un cliente llegó…