sábado, 21 de diciembre de 2013

El hocico del cerdo…


Suelen las palabras describirnos a las personas, y bueno, al parecer, suelen los picos llevarnos a los rostros, por un tema etimológico… cosa de que, por las caras, nos vemos las muecas como si estuviéramos frente a un espejo, pero el espejo no es muy bueno para reflejar los pensamientos, la gente tampoco, pero hay un tema pedagógico aunque involuntario en el hecho…

Hay gente que está ahí y ese hecho nos lleva a asociar palabras como: disgusto, con esas personas, con sus rostros, con sus gestos y sus voces, y por así decirlo, sólo tienen que hablar y, cual hechizo; ¡bum! nos disgustamos… Un marido, una mujer casada. La frustración es un carrito chocón, tan ansiado a cierta edad, y en el parque de la vida, luego de pelearnos por el volante, nos quejamos de la situación. Entonces, la palabra toma forma de rostro, de gesto, nuevamente,  basta con ver al marido sonreír o proponer un brindis, para que el sabor amargo de una dudosa decisión, que en algún momento representó alegría, pues, se haga presente e invoque a la seriedad y a la tantas veces repetida auditoría de malos recuerdos. Y todo por qué; porque el rostro evoca, además, en este caso, la frustración se apersona… así vamos, poniéndole palabras a la gente; no todas son malas, claro está… la palabra goce, joy (como el inglés) se coloca en la mirada de algún amigo y sencillamente, él, o ella, sólo tienen que estar, simplemente estar, y nos agrada, nos sentimos bien, sonreímos de la nada (que es la forma más bella de sonreír) Pero no siempre es así, y lo malo, lo malo es que no podemos escoger en quién colocamos la palabra de agrado para que cuyo rostro nos brinde la alegría o la esperanza que necesitamos, por el contrario, quien más nos acompaña es quien lleva el peso del desagrado, como la mujer que le recuerda al hombre que ya no es niño, como la madre que le recuerda al hijo que no se ha emancipado, como el hermano que te recuerda que no eres feliz, como el amigo que te dice lo que no lograrás, todo con solo una voz, una simple mueca, con estar, con existir tan siquiera… y sí, es injusto, como todo lo humano… 

viernes, 6 de diciembre de 2013

Publicare y no publicaré...


Mira, cómo te explico, a ver; en algún momento se nos habló de igualdades a través de la creación de estereotipos y preceptos que fungen de modelos a seguir para encontrarnos así en esa constante búsqueda, a la que dedicamos vidas viudas de primeras ilusiones. Quizás el primer resbalón devino de la creencia en que las labores pueden clasificarse y por dicha labor el estatus, y probablemente a partir de ese delirio quisimos entender pues que los buenos empleos se situaban detrás de un escritorio, bajo un código de ropa; así todos acudimos en masa a comprar el estereotipo preconcebido en publicidad y que nos acerca a esa mimesis con la que decimos, que ésta marca y estos colores, no son para todo el mundo. Pero claro, existe el arte; como excusa o como camino, pero existe; entiendo que el arte es la contravención de esa demanda, podría decirse que es nuestro modo de resistir hasta que se convierte en mercancía y por ende, en otro estereotipo. En un mundo de igualdad no existirían las manifestaciones artísticas, o puede que sí, y sería otra forma de política, pero puede no tratarse de evolución y revoluciones, sino más bien de ciclos por cumplir y cumplidos. Puede que vivamos bajo ciclos de purificación. Juguemos al creo, tú escoges, primero como creación y luego como creencia, o quizás al revés, por qué no: yo creo para que tu creas y la costumbre ya es religión; tú crees para que yo cree y la costumbre se hace resistencia, pero de tanto creer y crear justo con todos sus viceversas, mi religión y tu resistencia, resultan ser una sola creación; y bueno, a los borregos cómo los llamamos: creativos, y eso es lo que te piden para sentarte detrás del escritorio; creatividad…

Este es un fragmento de mi más reciente cuento corto, pueden hacer clic en cualquier lugar del texto que acaban de leer para tener acceso al escrito completo. Como siempre, sus opiniones son bienvenidas y agradecidas... Saludos en letras...

lunes, 25 de noviembre de 2013

Nada…




Bajo las subidas y sobre las bajadas, ahí donde se encuentran las miradas perdidas, las que ganan un poquito de tiempo para pensar en grande; para pensar en soledad. La nada espera paseándose por los estereotipos, siempre lista para contravenir y llevarnos, a las miradas, al intercambio de frases agachadas que gritan con la moda y callan ante los pesares – o pensares, ¡quién sabe! – aquí el pensamiento pesa, pero no por lo que pudiera escupir en palabras, sino más bien por lo que acumula con los silencios. Se despiden las miradas, cada quien con la suya, y con el suyo, pues a veces no se está solo, y aquí yace lo confuso, pues nos acompañamos para distraernos pero buscando ese punto; al que se le apunta – y repito – para pensar en soledad… ¿qué tienes? Nada… – pero la nada es algo, alguien, algunas veces – Miramos los anuncios y escuchamos las charlas, nos ponemos como ansiosos, yo por presumir y tú por proceder. Vamos, a lo nuestro, que es de ninguno, pero entre carencias y sobrantes, aprendimos criticarnos, sí, a criticarnos, obviamente nos inspira más que los elogios, los últimos son buenos cuando vienen de los terceros, de esos terceros, los que se nombran pensando… y traemos a colación unos cuantos comentarios, una noticia; o una frase agachada, para sonreír y fingir que entendimos los que nos dijeron antes de empezar por nuestra cuenta y con dudas se anunció el comienzo, pero bueno, como todo, en el camino nos vamos arreglando…


lunes, 18 de noviembre de 2013

con empujones y sonrisas


Pongamos que nos encontramos perdidos en una ciudad, grande, con otro metro y otro idioma, con otro clima, y por supuesto; con un ritmo que sacude a los pensares y los desordena… toca hacer dos grupos: sueños y recuerdos, primeramente, ya que lo nuevo; por nuevo, ha de pasarse por algo así como el asombro y luego ver, entre tanto desorden, si finalmente se convierte en un recuerdo grato… pero, el tema está en este presente, y presenta un confuso pasado.
Es de asumir que la convicción forja al criterio y ese criterio nos otorga un punto vista para pronunciarnos ante las situaciones a las que nos exponemos, de ahí a que un viaje tenga varios cuentos con empujones y sonrisas. Así pateamos la calle, cruzo, pero craso; me pareció ver una cara de un caro pasado, pero no reciente, ni resentido tampoco.  Un nombre me da vueltas en la cabeza y aparecen abuelos copulando, de repente, todos están desnudos - ¡sueño! -, pero percibo un sabor amargo de infidelidad… bajé los escalones para el tren y no para la vida, en la vida se supone que subes; me hablan en mi idioma, pero no sé si es lo que escuché, sigo con el sabor amargo. Vuelvo a subir, regreso, hago unas llamadas y todo parece en orden en casa: vidrieras, vitrinas, todo etiquetado para la venta; afinco los ojos tratando de disparar la vista: mi corazón sin sangre al cincuenta por ciento de descuento, parpadeo, y lo que era es una pieza, como de adorno, y si te llevabas una podías llevarte otra por la mitad… huele bien, como a fritanga, pero provocativa, y provocativa fue aquella mirada, aquel mensaje – sí, ese – y todo cae como el aceite que lubrica los dedos y humedece las servilletas; todo antes que sonara la corneta, porque después volví en sí – y en no (seguir agrupando) – Convicción, se me olvidaba: “El fascismo se cura leyendo y el racismo se cura viajando…” Miguel de Unamuno.